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domingo, 29 de julio de 2012

CAPÍTULO 20: MANZANAS Y CADENAS


CAPÍTULO 20: MANZANAS Y CADENAS
Durante lo que parecía una tranquila clase de biología, el director del instituto entró en la clase de Tary y Furia, sorprendiendo a todos los alumnos, que callaron de inmediato. No era muy corriente que el director en persona fuera a las clases para comunicar algo, así que debía tratarse, sin duda, de algo importante.
-Furia, ¿puedes acompañarme a mi despacho? Hay unos policías esperando para hacerte unas cuantas preguntas.
-Claro – respondió la chica, levantándose del sitio casi de un brinco.
Los más de veinte pares de ojos de sus compañeros de clase se clavaron en su espalda y la acompañaron hasta que desapareció por la puerta. Tary estaba especialmente angustiada porque ya desde que habían entrado en clase Furia había actuado de forma extraña. Sin embargo, esperó con paciencia a que su amiga volviera y le contara qué había pasado.
Habían pasado algo más de dos horas cuando Furia volvió a clase bastante alicaída.
-¿Qué ha pasado, Furia? – le preguntó Tary, sin darle tiempo ni a respirar.
-Alguien ha secuestrado a Fleur. Y yo soy de las últimas personas que la vio, así que la policía me ha hecho algunas preguntas – susurró Furia, sin apenas voz.
-¡Madre mía…! ¿Y saben algo? ¿Saben si está…? – Tary no pudo continuar la pregunta.
-No. Lo único que tienen es el testimonio de un vecino de Fleur que asegura haber visto a un chico raro merodeando por la urbanización, nada más – por primera vez desde que la noche anterior la abuela de Fleur la llamara para preguntarle dónde estaba su nieta, Furia rompió a llorar. Ya había aguantado demasiado –. ¡Espero que esté bien!
Tary la abrazó con cariño, sabiendo que aquello no iba arreglar la situación, pero esperaba que al menos Furia se tranquilizara un poco. Solo quería darle algo de calor que la consolara en parte, ya que Tary sabía muy bien lo que se sentía en situaciones así, y también sabía lo bien que sentaba un abrazo.
Furia, que no era muy dada a las muestras de cariño, aceptó el abrazo con agrado. Aunque, como todos sabían, no se solucionaba nada así. Tras aquello, la siguiente y última clase comenzó y, para entonces, todos los profesores y alumnos sabían que Fleur había desaparecido.
Aquella última hora de matemáticas se les hizo especialmente larga e insoportable, y cuando al fin el timbre les concedió la libertad de volver a clase, Tary se encargó de alejar de Furia a todos los curiosos que intentaban acribillarla a preguntas y la llevó hasta un lugar donde no la atosigaran. Sorprendentemente, Ralta las esperaba allí.
En cuanto vio a Furia, Ralta se abalanzó sobre ella y la estrechó con demasiada fuerza, para pasar a abrumarla a preguntas – aunque a diferencia de la gran mayoría de la gente, que solamente se preocupaba de intentar saber algo más sobre Fleur y su misterioso y supuesto secuestro, a ella solo le interesaba saber cómo lo estaba pasando su amiga.
Furia les contó lo poco que sabía, y que era justo lo que le había dicho a la policía una y otra vez. Había quedado la tarde anterior con Fleur para estudiar, después dieron una vuelta por la calle y Fleur se marchó a su casa. Después de eso, el rastro de la chica se había desvanecido. Por lo que un policía le había comentado, andaban tomando declaración a los conductores de autobús de la línea que Fleur tomaba para llegar hasta su urbanización y saber si, al menos, había llegado hasta allí o el secuestro se había producido antes.
-Es realmente terrible, pobrecita – murmuró Ralta –. Si apenas llevaba aquí unos meses, ¿quién querría hacerle algún daño?
Tary, que llevaba un rato callada mirando el cielo con aire abstraído, se aclaró la garganta para hablar.
-Yo tengo una teoría sobre eso.
-¿Qué? – preguntaron Ralta y Furia a la par.
-Que tengo una teoría. Furia, antes habías dicho que un testigo decía haber visto a un chico raro merodeando por la urbanización de Fleur, ¿no? – la chica asintió con la cabeza –. ¿Y a quién conocemos que es raro, capaz de averiguar en cuestión de minutos donde vive alguien y, más importante todavía, capaz de hacer que alguien desaparezca sin dejar rastro?
Furia ahogó una exclamación de sorpresa cubriéndose la boca con las manos. Sin embargo, Ralta negó lentamente con la cabeza.
-No ha podido ser Kiv.
-¿Y por qué no? Esa rata asquerosa es capaz de cualquier cosa – siseó Tary, con aquella oscura ira que brotaba de ella cada vez que tenía que hablar del Asesino.
-Lo primero de todo es que no creo que Kiv sea tan descuidado como para merodear por ahí dejándose ver, ¡al menos debería ser de sentido común para alguien como él! Y lo segundo es que no debería tener ningún motivo para hacerle daño a Fleur, ¿no creéis? – expuso Ralta, con absoluta calma.
“Además, yo sé perfectamente que Kiv no está en este mundo ahora. A menos que me haya mentido”, añadió para sus adentros. Por desgracia, la fe que por alguna razón había depositado en el joven Asesino se tambaleó.
-Ahí es donde te equivocas. Creo que ese desgraciado tenía una razón, o al menos, lo que él considera una razón, para acabar con ella. Escuchad, cuando me trajo de vuelta aquí e intentó chantajearos jugando con mi vida, estuve segurísima de que él ya había estado en nuestro mundo. Así que le pregunté, y me contó que una de sus tareas era eliminar a aquellos que huían de Go y de Eclipse.
-Muchos de los que huyen de Go aparecen en nuestro mundo porque los tejidos entre ambos mundos están conectados entre sí y no es muy difícil romperlos para crear puertas pasajeras de uno a otro – interrumpió Furia –. Lo descubrí un día mientras leía unos libros de Shoz.
-Exacto. Y son muchos los que creen que escapando a un mundo sin magia como el nuestro podrán pasar desapercibidos, pero no podrían estar más equivocados. Kiv los descubre y asesina igualmente.
-Puede que eso sea cierto, pero no nos demuestra que Fleur hubiera huido de Go. ¿Si eso fuera así no creéis  que Kiv habría actuado antes? – protestó Ralta. Empezaba a sentirse algo molesta por aquella situación. No se sentía capaz de odiar a Kiv frente a sus amigas, pero estaba más que claro que defenderle no era una opción.
-Desde que conocí a Fleur siempre hubo algo de ella que no acababa de convencerme, como una alarma que me gritaba: ¡atención! Hace pocos días por fin estuve bastante segura de por qué me pasaba eso. Un día le enseñé a Bob la foto de clase que nos hicimos en aquella excursión al castillo de la sierra y le señalé a Fleur diciéndole que era la alumna nueva y todo eso. Pero él no la vio en persona hasta el día en que nos encontramos los cuatro en el parque, ¿recuerdas, Furia?
-Sí, me acuerdo.
-Después de ver a Fleur en persona, Bob me dijo que aquella no podía ser la misma chica que la de la foto y que se había sentido fuertemente atraído por ella. Y eso mismo les pasa a todos los chicos. La miran como si fuese realmente impresionante cuando no es más que una chiquilla de lo más corriente.
-¿Insinúas qué…? – empezó a preguntar Ralta.
-Sí. Pienso que Fleur era un hada venida de Go – sentenció Tary –. Aunque siempre había pensado que las hadas vivían entre florecillas y riachuelos, como en la estampa de un cuento de hadas. No entiendo por qué Fleur no se “secaba”.
-En realidad, Fleur siempre llevaba un tarrito de crema en el bolso porque decía tener la piel muy seca – rememoró Furia.
-¡Já! ¡Aquí lo tenéis! Teoría acertada.
-Puede que Fleur fuera un hada venida de Go, pero todavía queda demostrar que fuera Kiv quien se la llevó, viva o…
Furia se encogió sobre sí misma.
-Supongo que si fue Kiv las esperanzas de que Fleur esté viva desaparecen totalmente – suspiró con dolor –. Será mejor que vuelva a casa antes de que mis padres se preocupen. Tengo que contarles todo esto si no se han enterado ya por otros medios.
-Vale, nos vemos mañana – la despidió Ralta, con dulzura.
-Hasta mañana, chicas.
Cuando Furia ya estaba lejos, Tary encaró a Ralta.
-¿De veras piensas que no ha sido él?
-Creo que él es más listo que esto. No sabemos cuánto tiempo lleva matando gente aquí en la Tierra y nunca se ha dejado notar. Puede que tenga que ver con Eclipse, pero no creo que haya sido Kiv.
-¿Entonces quién? – gruñó Tary, poco convencida.
-¡Y qué voy a saber yo! No tenemos ni idea de cuantos sirvientes-asesinos tendrá Eclipse a su servicio, ni si ha reclutado a alguien nuevo, lo cual explicaría su “torpeza”.
-¿Otro más como él?
-O puede que más – dijo Ralta –. Ahora no sabemos nada… Ni qué trama Eclipse, ni qué lleva haciendo durante todo este tiempo, ni si es verdad que tiene a alguien nuevo bajo su mandato. ¡Nada de nada!
-¡Qué frustrante! Dios… ¡Odio esta situación! ¿Crees que en Shoz sabrán algo? Porque no nos han sido de ninguna ayuda hasta ahora, y yo no pienso ser más su perrito faldero.
El tono de Tary se iba volviendo más agresivo con forme hablaba, pero al terminar resopló con fuerza y pareció calmarse algo. Señaló al suelo y de él comenzó a brotar un pequeño árbol, del cual pronto comenzaron a colgar unas diminutas manzanas. Tary arrancó un par de frutas y las devoró en cuestión de segundos.
-¿Cómo has hecho eso?
-Tú también tienes magia, ¿recuerdas? – sonrió Tary, con un ligero tono burlón.
-Ya, ya. Me refiero a que no pareces ni un poco cansada y acabas de hacer brotar un árbol de la nada – se explicó Ralta, todavía anonadada.
-Creo que ya puedo decir que domino plenamente mis poderes. Intento practicar al menos dos horas diarias. Pero la resistencia física la he conseguido entrenando en el gimnasio. Sin fondo físico me resultaba imposible soportar el cansancio que produce hacer nacer y crecer un árbol – le dijo Tary, con seriedad –. Eso sí, las manzanas son deliciosas. Coge una y pruébala.
Ralta así lo hizo, y no pudo quedar más sorprendida con lo dulcísimas que eran.
-¡Madre mía! Es casi como comerse una cesta de dulces, pero sin tener que preocuparme por las caries.
-¡Que tonta eres! – exclamó Tary entre risas. Después su rostro volvió a ensombrecerse y agachó la cabeza –. Te he echado de menos…
-Te ha costado reconocerlo, ¿eh?
-Perdona por haberte abandonado tanto, pero quería estar preparada para ser capaz de defenderme yo sola, y para poder protegeros a ti y a Furia, pero sobre todo a Furia. La veo tan débil e insegura de su poder – musitó Tary, rememorando el sueño en el que su amiga moría calcinada en su propio fuego. Apretó los puños con rabia –; pero en cambio sé que tú lo has afrontado bien. En realidad, tú eres la fuerte de las tres.
-No digas chorradas. Tary, eres la persona más fuerte que conozco, y la más trabajadora y disciplinada. Además, presta atención. Vas a ser la primera persona que va a ver esto.
Ralta se alejó un par de metros de su amiga y extendió las manos hacia ella. Aunque Tary no podía ver que nada cambiara, si que sentía como algo se movía a su alrededor. Ralta debía de estar haciendo un gran esfuerzo porque comenzaba a sudar y los dedos le temblaban, incapaces de mantenerse rígidos.
-Vamos, tírame algo – le pidió a su amiga. Tary se encogió de hombros y tomó una manzanita –. ¡Venga ya! No me hagas reír y coge un pedrusco de esos.
-¿En serio quieres que te tire eso?
-En serio. No hagas que me arrepienta antes de tiempo, por favor.
Desde luego, Tary decidió no dejarle tiempo para que se lo replanteara. Agarró una piedra de casi el tamaño de su cabeza y se la lanzó sin miramientos a su amiga. La piedra voló directa hacia Ralta, pero antes de llegar a alcanzarla se detuvo, como si chocara contra un muro invisible, y cayó al suelo con un golpe seco.
-¿Cómo lo has hecho?
-Le encontré una utilidad a las clases de física. Me puse a pensar en que todo posee energía y se supone que una de mis habilidades es controlar esa energía; y después pensé en los muros de magia protectora que Siril era capaz de crear. No podemos centrarnos en desarrollar un poder únicamente de ataque, así que quise probar si era capaz de crear una barrera como las de Siril. Lo único que hago es mover la energía y condensarla tanto a mi alrededor que los objetos chocan contra ella y no pueden seguir avanzando.
-Realmente impresionante – concedió Tary, asintiendo –. ¿Y de ataque como andas?
-Los rayos que lanzo ahora son más poderosos que antes, y controlo bastante mejor la cantidad de magia que gasto. Aunque me agoto en seguida.
-Podríamos quedar para ir a hacer footing. Así trabajarías tu físico. 
-¿En serio tengo que hacer ejercicio? – Tary le contestó con una de sus miradas penetrantes que parecían querer decir “¿en serio me lo estás preguntando?” –. Está bien, pero solo dos días a la semana.
-Con eso me vale. Será mejor que me vaya ya para el gimnasio. He perdido una hora de gimnasia rítmica con todo este asunto de Fleur, pero era causa mayor. ¡Nos vemos mañana!
-¡Adiós! – gritó Ralta, viéndola correr calle abajo. En cuanto Tary estuvo lejos sintió que por fin podía respirar de forma relajada. Se había sentido realmente asfixiada por el odio que Tary sentía hacia Kiv, y ella se sentía realmente mal por haberse dejado enamorar por los ojos verdes del Asesino.



Kiv arrugó la nariz. Otra vez el aire le traía aquella peste. Era realmente asquerosa, y se estaba acercando a él. Sentía que le era familiar, pero no supo relacionarla con qué hasta que tuvo la respuesta delante de sus narices.
-¡Hola, hola! – canturreó el recién llegado, exhibiendo una enorme sonrisa –. ¡Al fin te encuentro! No sabes cuántos días llevo montaña arriba, montaña abajo. ¡Se me han muerto cinco caballos por el esfuerzo!
-Varnat… Así que tú eras quien traía ese hedor insoportable. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y qué mierda llevas puesto?
El recién llegado era un hombre alto, de casi dos metros, cabello negro a la altura de los hombros – aunque en aquella ocasión se lo había sujetado a un lado de la cabeza con unos palillos – y cuello más alargado de lo normal. Protegía aquella débil parte de su cuerpo con una serie de argollas de metal pegadas entre sí, igual que en sus antebrazos.
Su cuerpo también era algo peculiar. Tenía los hombros anchos pero la cintura estrecha, dándole el aspecto de un triángulo invertido. Aunque la parte más escalofriante de él era su alargado rostro. Sin cejas, ojos negros y estrechos, y aquella gran boca que disfrutaba mostrando su enorme y siniestra sonrisa.
En aquella ocasión vestía un traje blanco y elegante, algo que no le pegaba para nada – además, era el uniforme que vestían los emisarios entre Go y Seusash – y sus inseparables alpargatas de esparto, lo cual le daba un aspecto chocante, hasta incluso ridículo. Tampoco se había deshecho de sus dos únicas armas: una cadena de más de dos metros de largo y que terminaba en una bola – la cual tenía púas solo en una mitad – y su peculiar espada. Tenía una forma similar a una hoz, pero angulosa, y con el filo exterior dentado, perfecto para desgarrar.
-Celoso, ¿eh? ¡Mira! Mira que ropa tan perfecta para mí.
-Si tú lo dices… – murmuró Kiv, poniendo los ojos en blanco –. Ahora responde: ¿qué estás haciendo aquí?
-Me manda Ettahí, así que supongo que todo es cosa de Eclipse. Soy tu compañero, tu apoyo y, creo que también, el encargado de vigilarte. ¡Un pajarito va diciendo por ahí que últimamente has cometido errores de principiante! – canturreó Varnat –. Tendré mis ojos fijos en ti día y noche y…
-Y vas a largarte justo por dónde has venido – le cortó Kiv, con decisión.
Varnat alargó el brazo para pasárselo a Kiv por los hombros, con su espada en la mano. Pero el joven asesino ya había previsto algo similar y procedió a colocar su daga bajo la barbilla de Varnat.
-¡Bien visto! Pero presta atención, principito, no pienso irme de aquí.
Kiv hizo una mueca. Odiaba que los subordinados de Eclipse y Ettahí que le conocían le llamasen “principito”.
-Retira tu espada de mi garganta o te juro que te clavo la daga hasta que alcance tu diminuto cerebro de cabeza hueca.
Varnat soltó una carcajada y sus ojos brillaron con locura cuando dijo:
-¡Genial! ¡Siempre he deseado jugar a esto! ¿Quién crees que matará antes a quién?
-Estás loco…
-No es locura, principito, es la excitación ante la posibilidad de morir.
-Sí, sí, lo que tu digas, pero o alejas tu arma de mí o te mato – amenazó Kiv, por última vez.
-¡Venga ya! Yo sé que no eres capaz de hacerme daño, principito. Más que nada porque si lo haces tú “mamá” se enfadará mucho – canturreó Varnat –. Sin embargo, yo soy incapaz de destrozar la suave piel de un niñito tan guapo como tú, principito.
Kiv hizo una mueca de repugnancia ante semejante comentario y sintió como Varnat le retiraba el brazo de sobre los hombros. Le dirigió una mirada fría y pudo ver como el brillo de locura en los ojos del hombre desaparecía por completo y se sosegaba.
-¿Vas a dejar de hacer tonterías?
-Sí, principito.
-Soy tu superior, así que dirígete a mí con el debido respeto. La próxima vez que vuelvas a llamarme principito no te avisaré de que voy a matarte, directamente te abriré en canal y me importará bien poco lo que Eclipse me diga. ¿Me he expresado con la suficiente claridad?
-Sí… mi señor. Pero, si me permitís deciros algo, no os lo pondré fácil si intentáis matarme – replicó Varnat, con seriedad pero sin borrar su perenne sonrisa.
-Eso ya lo veremos – siseó Kiv. Resopló para serenarse. Varnat le sacaba de sus casillas, y si iba a tener que convivir con él una temporada más le valía irse acostumbrando a aquel insoportable –. Bien, supongo que habrá algo nuevo que quiere Eclipse, ¿no?
-Así es, mi señor. Durante las últimas semanas te has dedicado a monitorizar el avance de Edel y a entorpecerlo con cosas bastante tontas. Pero al parecer a la reina le parece que Edel está avanzando demasiado deprisa y quiere saberlo todo del enemigo.
-¿Todo? – preguntó Kiv con cuidado. Dudaba de cuánto podía abarcar aquella palabra.
-Todo. Efectivos, modo de organización, poder ofensivo y económico… Y, por encima de todo, Eclipse quiere saber cómo lo hace su hermana para avanzar a semejante velocidad.
-Por pedir que no quede… – gruñó Kiv –. Adentrarnos más en el nuevo territorio de Edel supondría no poder controlar su avance. Además la espía…
-Ettahí me dijo que no te preocupes por esa rata – le interrumpió Varnat –. Dijo que ya se encargaría él de advertir a los puestos fronterizos y a las ciudades más próximas a Seusash de ella.
-Si yo no logré ataparla, ningún otro podrá hacer nada.
-Os lo tenéis bastante creído, princ…, mi señor – sonrió Varnat –. ¿Dónde se sitúa Edel ahora?
-Parte de su ejército está apostado en la capital del condado de Reinier. Pero creo que ella y otra parte de su ejército volvió a Navette, aunque no tengo claro el porqué.
-Tal vez para reorganizarse o esperar más efectivos. He oído que el puerto de Navette es impresionante. O puede que su rápido avance le haya pasado factura y simplemente necesite descansar y recuperarse en un sitio que considere seguro.
-Eso pensó yo. Pero Navette es más bien una gran ratonera si le cierran la salida al mar. Así fue como ella logró conquistarla.
-Entonces nos queda la opción de que están esperando la llegada de más tropas por barco, ¿no? – dijo Varnat.
-Sí, es muy posible – murmuró Kiv –. Supongo que ya sabemos dónde ir.
-¿Meternos en Navette dices? – preguntó Varnat. Kiv asintió y comenzó a andar –. Es un auténtico suicidio. Me encanta.


Tras dos días enteros andando sin detenerse para dormir, y parando lo justo para comoer y tomar algo de aliento, Kiv y Varnat por fin se detuvieron para pasar la noche y poder recobrar sus fuerzas. Kiv podría haber aguantado un día más sin dormir, pero Varnat, que además acumulaba en su cuerpo el cansancio del viaje desde el Anillo de Fuego hasta Seusash, parecía estar a punto de derrumbarse en cualquier momento.
Seguramente se debía a aquel cansancio que apenas hubiera abierto la boca mientras Kiv le guiaba por caminos solitarios y montañosos, y a través de unas grutas que les hicieron más corto el atravesar una de las cientos de sierras de Seusash. De cualquier modo, Varnat se había comportado, y el premio que recibió por ello fue poder dormir. Aunque primero deberían encontrar donde.
-Por ahí se ve luz – señaló Varnat – Tal vez sea la casa de alguien. ¡Vamos allí!
-No. Dormiremos por aquí. Busca un árbol alto.
-No, no, no y no – protestó Varnat, parándose en seco y cruzando los brazos ante el pecho, tal y como habría hecho un niño pequeño –. Si vamos a dormir quiero que sea en un sitio cómodo y calentito. Además seguro que nos dan algo de comer.
-¿En serio crees que…? – Kiv no pudo terminar su pregunta. Varnat ya había emprendido la carrera hacia la luz, gritando y dando saltitos como un loco.
-¡Vamos, vamos, princ…, mi señor! ¡Qué tengo mucha hambre y estoy cansado!
Cuando Kiv alcanzó a Varnat frente a la casa, éste ya había echado la puerta debajo de una patada.
-¡Toc, toc! – canturreó –. ¡Por favor, qué bien huele! Definitivamente, nos quedamos aquí a papear.
-Y tú definitivamente eres imbécil. ¿A quién se le ocurre romper una puerta y después decir “toc, toc” tan tranquilo?
-¿A mí? – preguntó Varnat, con tono inocente.
-¡Pues claro que a ti, pedazo de idiota!
-Si ya lo sabías, ¿para qué preguntas?
-¡Por todos los dioses! Era una puta pregunta retórica – exclamó Kiv, fuera de sus casillas.
-¡Ah! Creo que ya lo entiendo. Uhm… no, no lo cojo – murmuró Varnat –. ¡Uy, mira! Gente.
Varnat señaló con su espada a los cuatro pares de ojos que les observaban, totalmente atónitos.
-Pues claro, la casa es suya… – suspiró Kiv. Ya se había arrepentido de parar aquella noche a descansar.
-Hola, niño – saludó Varnat al hijo pequeño de la pareja de propietarios de la casa. Varnat dio dos zancadas y se plantó frente al pequeño, que estaba sentado frente a la mesa. El niño agachó un poco la cabeza, pero Varnat le obligó a alzarla con su espada. La madre contuvo el aliento, preocupada, y se aferró al brazo de su marido –. ¿No te han enseñado tus papis a saludar? Empezamos otra vez, ¿vale? Hola, niño.
-Hola, señor – contestó, en voz muy bajita.
-Varnat, deja en paz al crío.
-No voy a hacerle nada. Me gustan los hombrecitos de tu edad, princ…, mi señor. Anda, déjame en paz con mi nuevo amiguito y échale un vistazo a la niña. Tal vez si te la tiras dejas de ser tan arisco conmigo.
-Lo primero, no me apetece; y lo segundo, la cría es un puto cardo. No te ofendas, chica.
La niña rompió a llorar como una madalena.
-¡Pero alégrate! Si fueras guapa estarías muerta en media hora – se rió Varnat –. ¡Qué raras que son las mujeres!
-Sentimos las molestias – le dijo Kiv al matrimonio –. Solo queremos algo de comer y un lugar donde dormir. Nos marcharemos antes de que amanezca. Y no se preocupen, Varnat está loco, pero no dejaré que le haga absolutamente nada a su hijo.
-Yo… iré a por algo que daros de comer – dijo la mujer, levantándose de la mesa.
-Minnita, ve a por un par de sillas para nuestros “invitados” – gruñó el padre. La niña se levantó, todavía llorando a moco tendido. No parecía haberle sentado nada bien el rechazo de Kiv, a pesar de que eso le había salvado la vida.
-¿Te doy miedo, amiguito? – le preguntó Varnat al niño, que permanecía encogido en su sitio y callado. Para contestar, el niño asintió muy débilmente –. Vaya pena, amiguito. ¿Y quién te da más miedo, él o yo?
Él niño señaló a Kiv con el dedo.                                                        
-Tú estás mal de la cabeza, pero creo que él es más listo. Me asustan más las personas listas – susurró el niño.
-¡Ja! Ese niño no tiene ni un pelo de tonto – dijo Kiv, complacido.
La niña, Minnita, regresó con las sillas justo a la vez que la madre les servía un par de cuencos de sopa con un par de trozos de carne en su interior para que comieran.
-Aprovechad, está calentita – les dijo mientras Varnat se abalanzaba sobre su cuenco.

Tras lo que fue una cena de todo menos tranquila – en la que Varnat devoró en cuestión de segundos dos cuencos de comida –, Kiv y Varnat se instalaron en una pequeña habitación, fría, sucia y llena de trastos y provisiones de comida. Por decisión de Kiv, durmieron por turnos para vigilar que ningún miembro de la familia se pusiera en contacto con alguien que alertara de su presencia en Seusash. Fue Varnat quien descansó primero, y horas después, Kiv.
-Menudo aburrimiento – se dijo Varnat, tras llevar una hora andando de punta a punta de la diminuta casa –. Los críos duermen, los papis duermen, Kiv duerme… ¡Kiv duerme!
Volvió a la habitación intentando ser silencioso y se sentó junto a Kiv, apoyando la barbilla sobre sus manos.
-¡Qué mono que estás cuando duermes! – se rió contemplando al joven –. ¿Y si te acaricio el pelo? ¿Te enterarás?
Cuando apenas la quedaba un suspiro para llegar a tocarle el cabello, los ojos de Kiv se abrieron de golpe, haciendo que Varnat diera un respingo.
-¿Qué coño crees que estás haciendo? – gruñó.
-¡Ups! Emm… ¡Buenos días, mi señor! Perdón… creía que dormías.
-No, no puedo dormir. Y…
-¿Por qué no? – interrumpió Varnat.
-Vete a dar vueltas por la casa. Quiero descansar y me es todavía más difícil si sé que quieres verme dormido – gruñó Kiv, cubriéndose mejor con la manta.
-¿Pero por qué no puedes dormir? ¿Algo te preocupa o te inquieta? Pensaba que tú eras un tipo frío al que le daba igual todo. ¿Qué puede perturbar tu descanso?
-¡Cállate y vete! – le gritó Kiv para que dejara de preguntar.
-Sí, mi señor. Jo… no me quieres nada, ¿eh?
-¡Qué te largues! – bramó el joven, espada en mano.
-¡Me voy, me voy! – Varnat salió de la habitación tan rápido como pudo –. Vaya mal despertar que tiene este chico.
Kiv resopló tranquilo cuando Varnat le dejó solo de nuevo. Se retorció en el lecho intentando encontrar una postura para que el disparo del sueño le alcanzase, pero no parecía haber ninguna correcta.
Tal y como le había dicho a Varnat no podía dormir. El silencio y le quietud de la noche le hacían recordar su última conversación con Ralta y su promesa de volver pronto con una respuesta.
No dejaba de darle vueltas a la misma pregunta: ¿qué clase de sentimiento era el amor? Y, más importante todavía, ¿qué era lo que él sentía por Ralta? Sólo tenía claras dos cosas: que mataría a todo aquel que le hiciera daño a la chica y que ella era la única persona por la que daría la vida si era necesario. ¿Bastaba aquello para ser amor?
Pensó en el momento en que todo había empezado. “No debería haber jugado con ella. Debería haberla matado entonces, todo habría sido más fácil”, suspiró. “Sin embargo, desde el mismo momento en el que nos miramos a los ojos… estuvimos acabados. Vaya mierda, como no deje de darle vueltas a todo esto no voy a dormir nada”, se maldijo Kiv, con un bostezo.
Tras un rato, el sueño escuchó sus deseos y acogió al joven en su cálido abrazo y le permitió descansar tres horas, algo suficiente para mantenerle activo un par de días más. Aunque con aquellas tres horas no soportaría a Varnat mucho tiempo.
Se levantó cuando aún no había empezado a despuntar el sol, pero con los primeros rayos, tal y como había prometido, se largaron sin molestar más a la familia que les había acogido. Les esperaban varios días de camino hasta Navette, y conforme se acercaran más a la capital tendrían más y más dificultades para pasar desapercibidos.
“Si fuera yo solo me costaría algo menos, pero Varnat…”, pensó Kiv mientas andaba por delante de su indeseado compañero. “Él llama demasiado la atención.”
Suspiró y decidió no pensar mucho en eso. Ya encontraría la forma de avanzar sin que el aspecto de Varnat les supusiera un problema.
-Apresúrate, Varnat, quiero que estemos en Dar´sha antes de media noche – dijo Kiv, con seriedad y apretando el paso.
-¿Dar´sha? ¡Se tarda dos días en llegar allí! – se quejó Varnat.
            -Lo sé. Por eso te digo que te des prisa.

viernes, 13 de julio de 2012

¿Quién es vuestro personaje favorito?

Abro esta entrada para haceros esa pregunta: ¿Quién es vuestro personaje favorito de la historia? ¿Por qué razón? ¿Qué es lo que más os gusta de él? ¿Qué esperáis que haga?
Contestadme lo que queráis en los comentarios. El mejor (el que más me guste a mí, digámoslo así) recibirá de "premio" un dibujo de ese personaje dedicado para él/ella.
Espero que participéis, me haría mucha ilusión.
Un abrazo virtual para todos los que participen. Mirada fulminante para los que lo lean y pasen de largo.

jueves, 5 de julio de 2012

CAPÍTULO 19: TIEMBLA, HOJA DE PAPEL


CAPÍTULO 19: TIEMBLA, HOJA DE PAPEL
El ambiente seguía siendo fresco, pero el sol que brillaba desde lo más alto golpeaba su piel con calidez y templaba su agotado espíritu. Volvían a piar los pájaros entre los árboles que recuperaban sus hojas verdes, y algunos atrevidos se dejaban en casa sus abrigados anoraks. Eran mediados de marzo, y el paso de la primavera podía sentirse en el aire.
Tary cogió aire profundamente. Estaba agotada. El ritmo frenético de su vida no hacía más que consumirla, pero se sentía a gusto. Aunque hacía semanas que no veía a Ralta y Furia fuera de clase y eso la apenaba. “Pero es que no tengo tiempo para nada…”, se decía. “Si encontrara la manera de no dormir, las cosas cambarían.” El único al que veía día tras día era Bob, con quien se reunía todos los días tras sus tres horas en el centro deportivo y practicaba su poder. A Tary le gustaba más entrenar en compañía de Bob que, por su parte, estaba mejorando mucho a la hora de embellecer flores.
Muchas veces, Tary se preguntaba qué harían Furia y Ralta durante todos esos días en los que parecía que todo había vuelto a la normalidad. Al parecer, Ralta solía andar con Katie y sus amigos Erik, Nadia y Salem; y Furia había hecho migas con una chiquilla francesa que había llegado al instituto después de las vacaciones de navidad.
Al parecer, la chica en cuestión se llamaba Fleur. Nada más llegar, ella y Furia habían congeniado bien y ahora hacían bastantes cosas juntas. Casi parecían un par de gemelas inseparables. Las dos con una larga melena rubia, piel paliducha, rostro alargado y finas naricitas. La única diferencia, aunque tampoco era muy notable, era el tono de sus ojos: los de la chica francesa eran de un verde apagado, prácticamente gris.
Desde la primera vez que la había visto, a Tary no le cayó bien. Había algo en ella que no le acababa de gustar – tal vez fuera por el modo en el que los chicos se volvían para mirarla, a pesar de que no era excepcionalmente guapa –, pero se alegraba de que Furia hubiera hecho una nueva amiga.
“De verás que siento no dedicaros el tiempo que os merecéis, chicas, pero debo estar lista para cuando vuelva a encontrarme a ese asqueroso Asesino”, pensó Tary, abatida.
Recogió su bolsa de deporte y se encaminó hacia su zona de entrenamiento mágico. Le quedaban más de dos horas de desgaste de magia por delante y ya no podía ni con su alma. La última semana apenas había dormido más de cuatro horas diarias para poder adelantar el estudio de sus temarios de clase. Mientras caminaba a buen paso, siguiendo el ritmo que le marcaban las canciones que sonaban en su mp3, abrió una lata de Monster y se bebió un generoso trago, rogando para que aquello la mantuviera despierta unas cuantas horas más.


El móvil vibró sobre la balda de madera e hizo temblar algunos frascos de colonia. Ralta abrió un ojo y decidió ignorarlo completamente. Aquella era su hora de relax, ¡solo una hora! No pedía nada más. Pero Katie no parecía entenderlo y aquella ya era la cuarta vez que la llamaba. Si no la conociera, podría pensar que se trataba de algo verdaderamente grave, pero si se trataba de Katie y aquella noche habían quedado en ir al cine… solo podía ser una chorrada monumental.
El móvil dejó de vibrar y Ralta respiró hondo para que el aroma a rosas del incienso la reconfortara. Incienso, sales de baño, espuma a punto de rebosar en la bañera y luz muy tenue. El truco de relajación de Furia era realmente bueno – salvo por las molestas llamadas de Katie, aunque por eso había dejado el móvil en vibración – y le estaba ayudando a deshacerse del estrés que había acumulado. Los últimos exámenes la habían dejado molida. Además estaban otros asuntos, como por ejemplo Kiv.
No podía evitar preguntarse, cada día, si estaría bien. Llevaba más de tres meses sin saber nada de él y le echaba terriblemente de menos. Aunque, cada vez que intentaba pensarlo con frialdad, se fustigaba por haber hecho algo tan poco sensato como enamorarse de un Asesino. No es que simplemente fuera una mala persona – que muy seguramente lo era –, es que había estado a punto de matarla, había torturado a Tary, y a saber a cuántas personas les habría arrebatado la vida sin sentir ninguna pena.
Pero luego estaban aquellos ojos que, aparte de la muerte, parecían esconder algo más. Algo más profundo e incomprensible, algo hechizante y atrayente. “Y, ¿para qué negarlo?, está exageradamente bueno.” Ralta se estremeció solo con recordar la forma que tenía de besar. Tan salvaje y apasionado, pero a la vez tan frío y mecánico. Desde luego, Kiv estaba lleno de contrastes y estaba muy lejos de ser alguien normal.
Suspiró y se acomodó mejor en la bañera, deslizándose hasta que la espuma le hacía cosquillas bajo la barbilla. Dejó la mente en blanco y se centró solamente en el embriagador aroma del incienso que lo nublaba todo. No pensar en nada. Y, simplemente, ser.
Un tremendo golpe contra la puerta acompañado de la caída de varios peines la sobresaltó de tal manera que se resbaló y durante un segundo se sumergió bajo el agua completamente.
-¿¡Qué cojones…!? – preguntó entre toses y con un pegote de espuma sobre el pelo. Cuando consiguió enfocar, se quedó de piedra –. ¿Kiv?
-Joder… – murmuró él, al darse cuenta de que había irrumpido en el baño de Ralta. Se volvió y miró hacia otro lado, conteniéndose para no meterse él también entre la espuma –. Perdona la interrupción. Mejor te espero en tu cuarto. Tranquila, sé dónde está todo.
-Espera, por favor. ¿Dónde has estado todo este tiempo?
-Hablamos cuando estés vestida, ¿vale?
Se marchó casi tan rápido como había llegado, aunque esta vez fue usando la puerta, y dejó a Ralta totalmente sorprendida y traspuesta. Tras unos instantes intentando asimilar que Kiv acababa de aparecer delante de ella, quitó el tapón de la bañera y en cuestión de segundos se secó, se puso el albornoz y entró corriendo a su cuarto.
Kiv, que estaba de pie frente a la ventana, se quedó boquiabierto al verla entrar así.
-Creía haberte dicho que te vistieras – susurró él.
-Es que tengo aquí la ropa… Si no te importa esperar un poquito – le explicó ella, sacando ropa del armario –. Puedes entrar ahí dentro mientras me cambio, no tardaré nada.
Él suspiró con resignación y se metió dentro del armario. Al menos era mejor que quedarse esperando en el pasillo y que justamente los padres de la chica aparecieran por ahí – ya había tenido suficiente suerte al salir del baño tan precipitadamente sin preocuparse por el hecho de que Ralta no vivía sola.
-Ya está – le dijo Ralta, abriéndole la puerta del armario. Después se sentó sobre la cama y le hizo un gesto a Kiv para que la imitara, pero él negó con un gesto –. Y bien, ¿dónde has estado? Hace más de tres meses que no sé nada de ti y… no sé… Creía que te vería más a menudo.
-¡Qué ingenua! – dijo Kiv mientras examinaba el cuarto de la chica. No había querido que aquello sonara ofensivo, pero por desgracia lo hizo –. No te lo tomes a mal, ¿vale? He estado ejerciendo de espía para Eclipse. Aunque creo que allí no ha pasado tanto tiempo… No estoy seguro de si han pasado dos meses.
-¿Sigues trabajando para Eclipse? – preguntó Ralta, sin creer lo que escuchaba.
-Cumplo sus órdenes sin tenerla cerca y sin que estas impliquen hacerte daño. Trabajaré para ella hasta que dejen de cumplirse esas condiciones. Además, he estado todo este tiempo detrás de otra espía realmente escurridiza. Resulta fascinante perseguir a alguien así.
-Ya…
-¿Te molesta?
-Nooo… Te lo parecerá a ti – gruñó Ralta, más que evidentemente molesta.
-Te molesta.
-¡Hay que ver que listo eres! ¡Pues claro que me molesta! ¿A qué se supone que juegas? ¿No te das cuenta de que es peligroso para ti?
-Claro que me doy cuenta, no soy idiota.
-¡Pues lo pareces! ¿Qué pretendes espiando para Eclipse?
-Eclipse cree que sigo trabajando verdaderamente para ella, y así puedo informar de del avance de Edel. Si descubro algún punto débil, o alguna forma de detener su avance, Go no entrará en guerra.
-Tú… ¿no quieres que haya una guerra? – Ralta encontraba confusa. Había creído que siendo Kiv un asesino, le gustarían las batallas.
-No. Las batallas son brutales y sangrientas. No me va eso… es poco personal. El placer de una pelea cuerpo a cuerpo, solo un uno contra uno, no se encuentra en el fragor de la batalla. Allí las acometidas te vienen por todas partes, y prima más la suerte que la habilidad a la hora de luchar para lograr salir vivo.
-Ah – musitó la chica, claramente decepcionada.
-Además, si sigo trabajando para Eclipse puede que recobre parte de su confianza y me confié qué está tramando. Me preocupa el hecho de que mi maestro ha vuelto al castillo con ella, y soy yo quien hace su trabajo.
»Escuché algo acerca de una selección de jóvenes. Es muy posible que Eclipse planee sustituirme, o darme algún compañero. Eso explicaría que mi maestro haya vuelto al castillo; aunque me compadezco del pobre a quien adiestre…
»Solo quiero que me cuente sus planes para poder mantenerte alejada de ellos. Ya sé que me comporto como un idiota solo por intentar protegerte.
Ralta agachó la cabeza, avergonzada. Le había juzgado demasiado pronto y ahora se sentía mal por ello.
-Perdona.
-Tienes derecho a dudar de lo que hago. Es la primera vez que actúo pensando en alguien que no soy yo, así que puede que haga algo mal.
-¿Pero tú haces algo mal? – se rió Ralta. Le parecía casi inadmisible que Kiv, tan frío y preciso, hiciera algo de forma incorrecta.
-Todo el mundo hace algo mal. Aunque a veces, hacer algo mal nos lleva a cosas buenas. Como, por ejemplo, cumplir tu deseo de besarme. Te lo concedí y fallé en mi misión. Gracias a eso ahora estás viva y yo he redescubierto la luz.
-¿Qué yo esté viva es un “error”?
-En su momento fue un grandísimo error – Kiv se levantó la camiseta y le enseñó una marca oscura que le cruzaba el costado derecho y se le extendía hacia la espalda –. Me lo hizo Eclipse porque te me escapaste y volví con las manos vacías cuando tenía que cambiaros a Tary por el resto de vuestros talismanes. Aún se está curando. Puedo recuperarme de una puñalada en menos que canta un gallo, pero al parecer tolero mucho peor las heridas mágicas.
Ralta se mordió el labio, en un gesto de dolor.
-Es horrible que te hiciera eso.
-Hice las cosas mal – respondió él, encogiéndose de hombros –, lo merecía.
La chica se quedó en silencio, turbada por las palabras del Asesino. Cuando le hablaba con tal sinceridad y frialdad se le encogía el corazón y era consciente de lo diferentes que eran, pero también de lo mucho que debía de haber sufrido.
-¿Qué te inquieta? – le preguntó Kiv, sabiendo que había algo que la preocupaba.
-Kiv, antes de irte solo hablabas de que para ti yo soy la luz que te alumbra y que esa es la razón por la que quieres protegerme.
-Exacto. ¿Qué pasa con eso?
-Eso está bien. Me llegó muy hondo, pero… – Ralta resopló, nerviosa y sin saber del todo como explicarse –. Joder, esto es muy difícil… ¿No sientes nada más? ¿No hay ninguna otra razón por la que quieres protegerme?
-Me temo que no sé a qué te refieres.
-¿Me quieres? – soltó Ralta. Hacía ya días que llevaba queriendo preguntárselo
-Si te refieres a “querer” como sinónimo de “amar”, lo siento. Yo no sé lo que es amar. Los sentimientos son algo muy abstracto, y no acaban de gustarme… Sé lo que es odiar, o desear, porque es lo que suelo sentir. He escuchado definiciones del amor, pero todas son distintas, y a cada cual, más ridícula y absurda que la anterior. Así que como no consigo saber exactamente en qué consiste el amor, ni nadie me ha amado, no sé lo que es. Lo siento, pero no puedo amarte. Quiero protegerte, y también sé que te deseo, pero más allá de esto, no hay nada.
De nuevo, Ralta volvió a quedarse callada. Intentando repetirse lo que él acababa de decirle.
-Te equivocas – dijo al fin.
-¿En qué?
-Pues en que sí que hay alguien que te ama. Yo te quiero.
-¿Estás segura?
-Estoy bastante convencida; si no, no te habría dicho nada. ¿Crees que alguien que no te quiera soportaría tu fría forma de hablar de la muerte y de asesinar? ¿Sentiría pena por tus heridas y tu sufrimiento alguien que ha visto y escuchado de tus propios labios lo que eres capaz de hacer sin amarte?
-He de reconocer que ahí tienes razón…
-Claro que la tengo – Ralta levantó la barbilla, orgullosa.
-O puede que simplemente estés tan loca como para que no te importe.
-También podría ser, ¡pero no es el caso! – exclamó Ralta, intentando bromear un poco. No soportaba la tensión que estaba empezando a crearse entre ellos –. Piensa en esto. Yo te quiero. Intenta ver si mis sentimientos se parecen a los tuyos.
-Lo pensaré mientras vuelvo a Go. Y prometo volver antes y con una respuesta.
-Te estaré esperando – susurró Ralta, cuando él ya había saltado por la ventana.
La chica se dejó caer sobre la cama, con un suspiro. Aquel encuentro le había dejado sin ganas de ir al cine con Katie y los demás, pero lo mejor era seguir con una vida normal – o al menos como la de los tres meses anteriores.
Después de haberle dicho aquello a Kiv se sentía mucho más liberada, pero extremadamente vulnerable. “Ahora solo tengo que decirle a Álvaro que lo nuestro se ha acabado. Aunque no creo que nunca hayamos sido un “nosotros”…” Le daba igual que Kiv le dijera que la quería o no, pero lo que estaba claro era que le quería a él y no a Álvaro.


El maestro Asesino se postró ante su reina, con una rodilla hincada en el suelo, y con la cabeza descubierta – normalmente la llevaba tapada con la capucha de su capa, ya que le gustaba llevar cubierto el rostro para ocultar las cicatrices de su rostro.
-Yo diría que Viktor ya está listo. No puedo enseñarle nada más sin entrar ya en las artes del asesinato – le informó a Eclipse con tono neutro.
-Bien, bien. Me alegra oír eso. Ahora ya podré destinarlo a su misión.
-¿Crees que será capaz? Quiero decir, ¿no es un poco como buscar una aguja en un pajar?
-Puede que sea costoso, pero yo creo que surtirá efecto. Aunque antes tendré que prepararle para adecuarlo a esa nueva situación. Aún tardaremos unos cuantos días – comentó Eclipse, con aire distraído –. Ettahí, te necesito aquí, pero debería que tener a alguien en Seusash para ayudar, y vigilar, a Kiv.
-Puedo mandar a Varnat.
-¿A ese loco? – exclamó Eclipse, sobresaltada.
-Se comportará si voy yo a verle y le informo. Además, creo que es el único de mis subordinados que será capaz de aguantar el tipo delante de ese niñato y al que no podrá reventarle la mente con esas escalofriantes habilidades suyas.
-Uhm… no sé. Ese hombre nunca me ha gustado…
-Yo me responsabilizaré de los errores que cometa. Y si hace algo mal, lo mataré con mis propias manos. Os lo juro, majestad.
Eclipse dudó. Pero finalmente accedió.
-Perfecto. Mañana iré al Anillo de Fuego a buscarle. Daré vuelta por allí y repasaré que todo siga en orden. Espero volver en menos de dos meses. 
Eclipse le hizo un gesto para indicarle que ya podía retirarse, aunque en el fondo de su corazón deseaba que no lo hiciera y se quedara con ella más tiempo. Porque sabía perfectamente que tardaría más de dos meses en volver a verle.
Si Ettahí volvía a irse, Eclipse iba a sentirse muy sola en el castillo, pero al menos tendría a Viktor durante unos pocos días más para enseñarle cómo comportarse en la Tierra.
El resto de los jóvenes de la selección estaban encerrados en un torreón al que todos los días les llevaban algo de comida. Y allí seguirían hasta que a Eclipse se le ocurriera que hacer con ellos. Pero por el momento eran solo un estorbo y una fuente de ruidos bastante molestos. Muchos días se les oía gritarles a Settelin y Annea que no se pelearan, ya que sabían que si las dejaban llegar a las manos no conseguirían separarlas. Él único que tal vez, y solo tal vez, no merecía estar allí era Itho. Pero ahora que el magnífico dragón de Eclipse reposaba junto al alma de Viktor, las habilidades del domador de dragones carecían de utilidad.

Ettahí se levantó, inclinó la cabeza para mostrar su respeto a su reina y se marchó, cubriéndose con la capucha. No parecía ser consciente de la mirada melancólica que se le clavaba en la espalda; y si lo fue, no hizo nada por aliviar la pena de aquellos ojos violetas. Le esperaba un largo viaje. Y solo le importaba eso.
Cuando se hubo marchado, Eclipse llamó a uno de los guardias que había frente a la puerta, vigilando constantemente a pesar de no haber ningún peligro, para decirle que fuera a buscar a Viktor. El chico era listo, así que con un poco de suerte estaría listo en un par de días.
“Pronto, muy pronto, todo el poder de Go que me corresponde como reina será enteramente mío.”
Según lo que Shina le había contado, el poder que brotaba de la tierra de Go hacía ella, por ser la reina, no era el máximo. La teoría de la bruja sobre aquello era que la propia magia sabía que ella era una usurpadora del poder y que, mientras la auténtica heredera al trono siguiera viva, Eclipse nunca alcanzaría la plenitud del poder de una reina de Go.
Así que el plan en si era bastante simple: buscar a la princesa heredera al trono, Rousse de Go, entre los más de seis millones de habitantes de un planeta muerto – en lo que ha magia se refería. Aunque suponían que en la Tierra habitarían algunos seres mágicos que habían escapado de allí y que, sin duda, se sentirían inconscientemente atraídos por la esencia de la princesa.
Viktor solo tendría que dar con alguno de esos seres – cosa que también sería extremadamente sencilla para el olfato de un dragón – y forzarlo a buscar a Rousse.
Sería un auténtico juego de niños. Y una vez ella tuviera el poder que realmente le correspondía como reina ya no tendría que depender tanto de la magia de Shina. Así, si la bruja intentaba traicionarla, podría hacerle frente.
“Viktor… Tengo muchas esperanzas puestas en ti. No me falles.”


Tras una larga tarde estudiando juntas, Fleur y Furia se tomaron un merecido descanso y salieron a dar una vuelta por las calles comerciales que se extendían bajo el edificio de pisos donde vivía Furia. Se compraron unos gofres con chocolate bien calentitos y entraron en un par de zapaterías porque Fleur era una apasionada de los zapatos. Pasaron un gran rato de risas juntas, pero cada vez que pasaba tiempo con su nueva gran amiga, Furia no podía evitar echar de menos a Ralta y Tary. Notaba cierta distancia entre ellas, y las echaba en falta. Pero tal vez era mejor así. Ya nunca más volvería a hacer que las llamas brotasen de su piel. Era mejor ser una persona normal y corriente, que iba de compras y comía gofres bajo una noche cubierta de nubes.
Cuando ya se hizo tarde, Fleur se despidió de Furia y se fue a su casa. La joven francesa vivía a las afueras, en un gran chalet ajardinado y con piscina. Por lo que parecía, su familia – que únicamente era su abuela materna – era bastante adinerada y llevaba un buen tren de vida.
Tomó el autobús que la llevaba hasta una zona muy cercana a la urbanización donde vivía. Tan solo tenía que caminar durante un cuarto de hora, calle arriba, hasta llegar a la última y más majestuosa de todas las casas. Con forme se acercaba a su casa vio que había alguien esperando en la verja de entrada.
“Tal vez la abuela no esté en casa, aunque sería raro. No, lo más normal es que sea algún invitado espontáneo y la abuela se está poniendo presentable. Oh, no. Me hará limpiar mi cuarto en profundidad…”, pensaba mientras caminaba hacia su casa.
Sin embargo, al llegar allí no le pareció que aquel fuera uno de los típicos invitados de su abuela. Era demasiado joven como para tener alguna relación con ella. Seguro que no pasaba de los veinticinco.
-Te estaba esperando – le dijo, con voz neutra. Fleur se sintió aterrorizada ante aquella frase tan simple –. Ven conmigo.
-¿Qué? No voy a irme con nadie – dijo la chica, temblando como una hoja de papel a merced de una corriente de aire. Aferró las llaves. Si se le acercaba las usaría para clavárselas en el brazo o en el cuello. Y si se alejaba, entraría en casa rápidamente.
-Siento tener que decirte esto, pero no era una pregunta – le dijo él, desenvainando una gran espada.
-No, por favor, por favor – empezó a llorar Fleur, cayendo al suelo de rodillas –, no me hagas daño, por favor. Te lo suplico…
-Cálla. No quiero que te escuchen lloriquear – la chica pareció hacer un esfuerzo para que su llanto no fuese tan ruidoso, y el joven resopló –. Levántate de ahí.
Fleur temblaba tanto de puro miedo que ni siquiera le escuchó, y apenes se enteró de que el desconocido la agarraba del brazo y la arrastraba calle abajo, sin envainar su espada. Sus pies se deslizaban sin vida por las aceras, deseando que alguien pasara por allí, que alguien les viera y diera la voz de alarma. Pero nadie pasó. ¿Dónde estaba la gente? ¿Es qué nadie iba a darse cuenta de que la estaban secuestrando?
No supo cuánto tiempo estuvo aquel desconocido haciéndola caminar por calles y caminos de tierra. Solo fue consciente del paso del tiempo cuando los primeros rayos de sol comenzaron a despuntar y a iluminar el oscuro camino pedregoso por el que discurrían. Le dolían tanto los pies que al final fue incapaz de dar un solo paso, así que el chico la cargó a su espalda y continuó caminando hasta que el sol estuvo en lo más alto de la cúpula celeste, sin detenerse ni una sola vez.
Cuando Fleur ya se sentía desvanecía, de hambre, sueño y cansancio, el joven la soltó y cayó al suelo con un golpe seco, levantando polvo del suelo. Tosió al tragarse algo de tierra y se frotó los ojos para poder ver a través de la nubecilla de polvo. Ante ella había una casucha que parecía medio calcinada.
-Levántate y entra. Tenemos muchas cosas que hablar, Fleur.
“Tengo tanto miedo…”, pensó Fleur, intentando ponerse en pie.
Por primera vez se fijó en que aquel chico transmitía una fuerza impresionante solo con la mirada. Era imposible intentar negarse a una mirada así. Unos ojos que parecían puro fuego.


  -¡Vamos! ¡Un esfuerzo más! – le gritó Elehdal a Shina, que fruncía el ceño con la frente perlada por el sudor. La bruja apretó los dientes y con un grito de rabia hizo el último esfuerzo y dejó que la magia brotara a raudales de su cuerpo en dirección a su objetivo. Elehdal tuvo que hacerse a un lado para evitar que el poder le alcanzara a él –. ¡Contrólate un poco, loca! Ya no estás manejando cantidades de magia pequeñas, así que canalízala bien.
-Sé lo que tengo que hacer. Es magia básica.
-Será magia básica, pero si estás aquí conmigo es porque no la dominas – Shina protestó con un gruñido, mientras se pasaba la frente –. En cuanto lo controles, podrás volver con Eclipse y seguir practicando junto a ella tu Percepción.
-Con la percepción no liberaré la suficiente magia como para que me detecten, ¿verdad?
-No, si lo haces con “los niveles”. Es poca cantidad de magia… Vuelve a disparar.
-Cierto… ¿No habías dicho que la otra era la última?
-Tienes la fuerza suficiente como para hacerlo una vez más, y yo puedo seguir manteniendo la cúpula de ocultación de la magia durante muchas, muchas horas más. ¡Así que hazlo!
Shina apretó los dientes y cruzó los brazos por delante de su cuerpo. El poder brotaba por cada uno de sus poros, recubriéndole la piel con un manto negruzco y enredándose en sus dedos. Respiró hondo durante unos segundos, cerró los ojos y dejó que el manto se despegase de su piel y salió disparado hacia el objetivo, rogándose a sí misma que su magia no se descontrolase.
Aquella sustancia oscura parecía una mezcla entre líquido y vapor, pero si alguien se aventuraba a tocarlo se encontraría con la sorpresa de que era sorprendentemente denso y, sobre todo, abrasador. Controlar aquella sustancia iba a ser extremadamente difícil, pero ya lo había hecho, muchos años atrás, y aquel era uno de sus dos grandes poderes. Cuando dominara aquello, pasaría a la Percepción – con la que era capaz de atacar, con una precisión increíble a cualquier objetivo cercano, aunque sus sentidos ni siquiera lo detectasen –; y por último a la Copia. Aquello requería la mayor y mejor de todas las Percepciones y unas dosis de concentración realmente brutales.
Pero aquel último ataque no hizo más que pasar alrededor del objetivo sin causarle ningún daño más. Elehdal resopló, casi más frustrado que la propia Shina.
-Ahora te has contenido demasiado… ¡No importa! ¡No importa! ¡Dos días durmiendo y seguimos!
-De eso nada. Estoy harta de dormir y apenas practicar.
-¡Na! ¡Na! ¡Na! – canturreó Elehdal, negando con un dedo –. Mi método de recuperación de la magia consiste en dormir. ¡Y es infalible! Así que harás lo que yo te diga; soy tu maestro nuevamente.
-Como odio eso… – farfulló Shina.
-No mientas. Esta situación te gusta tanto como a mí – sonrió el mago – Vámonos a la cama. En cuanto lleve unas tres horas dormido la cúpula se disipará, así que más te vale dormir y no levantarte a practicar.
-¿Y si lo hago, qué?
-Te detectarán en Shoz, y muy probablemente manden a alguien.
-Eso no será un problema para ti, ¿verdad que no, maestro? – susurró Shina, con voz suave y extrañamente melódica.
-Claro que no sería un problema, pero no me gusta nada tener que usar mi magia para matar. Además, las cartas me dicen que todavía no es hora de pelear – dijo Elehdal, con parquedad –. Y no me hables con ese tonito, que me calientas.
Shina se rió y le dio la espalda, marchándose hacia la casita donde vivían. El mago suspiró y la siguió. Estaba acostumbrado a pasarse la vida solo, y nunca dejaba que las personas se le acercaran demasiado – a lo sumo les echaba las cartas a algunos supersticiosos de los lugares en los que vivía, pero su relación con ellos nunca iba a más –, pero no le resultaba nada difícil convivir con Shina. Ambos eran extremadamente maniáticos en ciertos asuntos así que, como en muchos aspectos de su vida, se detestaban y se entendían a partes iguales. Pero Elehdal encontraba sus discusiones con su alumna bastante divertidas y entretenidas. “Además, normalmente acabamos en la cama”, pensó el mago con una enorme sonrisa en el rostro. “Tal vez hoy también…”


Las profundas ojeras que cubrían el pálido rostro de la Irav Shaira se debían a las más de dos semanas que llevaba durmiendo apenas tres horas diarias. Y la mayor parte del tiempo que pasaba despierta lo invertía en tratar de encontrar a Shina. Desde que se había dado cuenta de que su hermana ya no estaba en Go con Eclipse no había parado de buscarla. Lo mejor para todos era tenerla localizada, solo por si acaso.
“Sin ninguna duda, estará con Elehdal. Él sería el único capaz de ocultar su presencia y su poder, de ayudarla a recuperarse. Pero, ¿dónde está él? ¿De qué me sirve ser la Irav si no puedo desmontar una cúpula de ocultación?”
Aquellas preguntas eran su lamento diario y no encontraba solución para ellas. Su única esperanza de encontrar un rastro de la magia de Shina era que el poder de su hermana se descontrolase y que Elehdal tuviera que intervenir, descuidando la cúpula. Se trataba solo una posibilidad entre un millón. Sin embargo, Shaira no iba a cejar en su intento.