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domingo, 24 de junio de 2012

Viktor

Os dejo aquí el link a un dibujo que hice de Viktor hace un par de días, medio transformado en dragón y con una espada muy acorde a él.
Viktor-Dragón

miércoles, 20 de junio de 2012

Banda Sonora: 4ª Parte

Nota: Acabo de descubrir Young Guns y me encantan casi todas sus canciones, me parecen geniales. En especial también podría nombrar "on the gates" y "crystal clear". También os advierto de que es posible que Arch Enemy no os guste mucho, y lo mismo ocurre con The Agonist, pero bueno, a mi la canción me encanta. Os lo dejo a vuestra elección escucharlas o no. Tal vez os acabe gustando como me ha pasado a mí.

Un beso a todos.

domingo, 10 de junio de 2012

CAPÍTULO 18: PODER DE DRAGÓN


CAPÍTULO 18: PODER DE DRAGÓN
Cuando llegó al lugar en el que se había topado, días atrás, con el campamento de avanzadilla de Edel, Kiv lo encontró desierto. Suspiró con cierta resignación, sabedor de que aquello era de esperar. Un grupo así no debía de pasar más de dos días en un mismo lugar, y seguramente serían esquivos. Pero él era un experto rastreando a fugitivos. Llevaba años haciéndolo y nunca se le había escapado un objetivo.
Emprendió el camino, siguiendo la pista del grupo de avanzados durante varios días. Al parecer se dirigían a la capital del Condado de Reinier, lo cual también era de esperar. Con forme avanzaba se les acercaba más y acabó por ir solo un par de horas por detrás de ellos. Kiv sabía que cuanto más cerca estaba de ellos, más cerca estaba de la mujer de voz aniñada.
Aquella mujer había escapado de su detección mental, se había percatado de que él les estaba espiando, y había hecho gala de una buena puntería y conocimientos sobre sustancias paralizantes. Aquella mujer era un peligro. Y tendría que acabar con ella antes de que entrase en Go, o Eclipse no tendría nada que hacer en su guerra contra Edel.
Cuando la noche cayó, Kiv se topó con el grupo al que perseguía. Estaban levantando un nuevo campamento y preparando un fuego, tan solo a una hora a pie de las murallas exteriores de la capital del condado. Decidió no entrar en trance para detectar las mentes de los allí presentes, ya que seguramente serían los mismos veinte de la última vez, y a aquella condenada mujer no la detectaba. Habría sido un gasto de energía tonto e innecesario.
Esperó con paciencia, escondido en una zanja, a que terminaran de instalarse y de comer lo que habían puesto en el fuego. Les escuchó organizar los grupos de guardias y después como se cerraban las tiendas de aquellos a los que les tocaba dormir. Kiv salió de su escondrijo y buscó con la mirada un lugar al que poder encaramarse, quedando escondido, para poder vigilar las rutas de las guardias.
Encontró un árbol alto desde el que tenía una buena vista entre su espeso follaje. Desde allí arriba encontró a su objetivo. Uno de los cinco hombres que estaban de guardia parecía cansado por el ritmo que marcaba al caminar y lo mucho que se paraba a descansar. Descendió de su improvisada atalaya y se deslizó como una sombra silenciosa hasta él. Lo sorprendió por la espalda y se lo llevó fuera de su ruta, tapándole la boca con la mano. En cuanto pudo hacer que le mirara a sus ojos verdes, paralizó su cuerpo – aunque tuvo que reconocer que el hombre tenía una grandiosa fuerza de voluntad y no le puso nada fácil el hecho de caer inmovilizado al suelo a pesar de estar cansado.
“¿Está aquí la mujer?”, le preguntó, yendo al grano.
El hombre se mostró claramente desconcertado – nunca nadie le había hablado dentro de su cabeza – pero mantuvo la compostura de soldado que le caracterizaba, como todos sus compañeros.
“No sé de qué me estás hablando”, pensó él al darse cuenta de que no podía hablar.
“La espía de Edel, ¿dónde está?”, insistió Kiv. “Si me lo dices tú no tendré que romper el tejido de tu mente para averiguarlo yo mismo.”
El hombre tragó saliva, pero no dijo nada. En cuanto vio el brillo iracundo en los ojos verdes de su agresor apretó los dientes y cerró los ojos con fuerza, esperando lo peor. Sin embargo, aquel gesto instintivo de cortar el contacto visual no le salvó; ya era demasiado tarde. La fuerza implacable de la mente de Kiv arrasó con la del soldado y registró sus recuerdos más recientes, buscando a la misteriosa mujer, cualquier pequeño detalle relacionado con ella le bastaba. Tuvo que taparle con fuerza la boca para amortiguar los chillidos de dolor del soldado, pero aún así no era suficiente. En cuestión de segundos, sus cuatro compañeros de guardia le escucharían y él tendría que escapar cuanto antes, con o sin información.
Por suerte, encontró algo sobre ella. Una conversación que el soldado había tenido con un compañero:
-¿Y ella?
-Nos lleva un par de días de ventaja. Así cuando lleguemos al Condado de Reinier ella ya habrá acabado su tarea.
-Pues no entiendo por qué vamos por detrás… Se vale por sí sola.
-Ya lo sé. Pero una orden es una orden. Cuando vuelva con los planos detallados del castillo del Conde podremos entrar en acción.
-Espero que sea pronto.
Kiv frunció el ceño. Una conversación bastante sosa y sin emoción, pero al menos ya sabía que la mujer no estaba con ellos. Muy seguramente se habría infiltrado en el castillo, moviéndose a su antojo. Abandonó al soldado, muerto en el suelo a causa del dolor que le había producido la invasión mental del Asesino, y echó a correr entre árboles y piedras en dirección a la capital del Condado. 
Sintiéndose protegido y respaldado por la oscuridad de la noche, Kiv superó la primera muralla que rodeaba la ciudad del Conde Reinier. En realidad no había nadie que vigilara aquella muralla; su función era, única y exclusivamente, proteger las granjas y cultivos de riadas y animales salvajes.
La auténtica muralla, la que delimitaba el espacio de la ciudad estaba situada a un cuarto de hora a pie – si andabas a paso ligero – y ésta sí que estaba vigilada. Kiv se sintió vagamente decepcionado al comprobar que no iba a resultarle un reto colarse allí.
Los dos portones de entrada estaban claramente iluminados y, sobre cada uno de ellos, Kiv distinguió a un guardia junto a una campana – que sin duda, los guardias tocarían en caso de descubrir a un enemigo. Cuatro guardias más se encargaban del resto del perímetro, sobre el cual había colocados una especie de láminas circulares. Kiv forzó la vista, pero no logró averiguar lo que eran hasta que los tuvo delante.
“¡Espejos!”, pensó.
Estaban dispuestos de tal forma que dirigían la luz de los portones a los largo de toda la muralla y, además, lo que se reflejara en un espejo, se reflejaría en todos.
Según el informe de la espía a la que estaba persiguiendo, Reinier contaba con una cantidad de efectivos realmente ridícula. Pero por lo que él estaba viendo, Reinier compensaba eso con ingenio.
“Aunque por muy ingenioso que sea, no es un problema para mí”, sonrió para sí mismo Kiv.
Trepó por la muralla, sujetándose a las grietas y huecos que encontraba y, con un pequeño esfuerzo, llegó a la pasarela superior de la muralla. Esperó a que los guardias se alejaran un poco y mirasen hacia otro lado para apoyarse en la estructura metálica a la que habían amarrado uno de los espejos y saltar por encima de él ágilmente. Estaba dentro.
Una vez volvió a tocar el suelo se concedió unos segundos para examinar la arquitectura del lugar. Las casas se encontraban distribuidas en forma de cuadrícula, casi perfecta, y todas tenían dos o tres pisos. Al parecer, al quedarse sin espacio para construir debido a la muralla, la ciudad crecía en vertical. Los pisos superiores se hallaban comunicados entre sí mediante pasarelas, y escaleras que se enroscaban en torno a los edificios los conectaban con el suelo. Era una forma de construir muy parecida a la que utilizaban los Hijos del Aire, aunque la capital del Condado de Reinier no le llegaba ni a la suela del zapato a Diishie.
Kiv pensó que tantas comunicaciones entre casas, robar era un juego de niños. Los Hijos del Aire eran pacíficos y abstemios por lo general; pero los humanos corrientes que vivían allí no. ¿Cómo salvaguardaría Reinier la paz en su ciudad?
Tras examinar un poco más la ciudad, Kiv se hizo una idea de cómo. Todas las casas eran más o menos idénticas, incluso la que se alzaba en el centro de la ciudad. Lo único que diferenciaba aquella casa de las demás eran los arcos que la rodeaban, entrelazándose entre sí.
Reinier era un hombre sabio, que había optado por la equidad. Todos los habitantes contaban con las mismas comodidades, incluyendo el Conde, y todos tenían un trabajo con el que contribuían a que su bienestar fuera excelente. Esa era la razón por la que aquella ciudad se diferenciaba de otras. Además, durante el rato que Kiv dedicó a contemplar la ciudad, no vio ni un mendigo – algo inusual para una ciudad de ese tamaño. Reinier era un Conde bueno, pero no conocía lo que era la benevolencia cuando alguno de sus ciudadanos hacía daño o robaba a otro. Éste era automáticamente desposeído de todo lo que tenía.
Aquel sistema de gobierno era lo que cabía esperar del más sabio y anciano de los siete condes de Seusash y que, al parecer, no tenía intención de abandonar su cargo hasta el día en que muriese.
Las calles de la ciudad estaban limpias, tenuemente iluminadas y silenciosas. Tan silenciosas que a Kiv le recordaron a una localidad desierta y abandonada.
“Siempre hay algo de vida nocturna, ¿dónde está aquí la gente?”, se preguntó, pateándose la ciudad, calle arriba, calle abajo. Por fin vio unas luces más intensas y la lejana algarabía de voces y risas masculinas. Las siguió hasta encontrarse frente a la puerta de una taberna. Y entró con la esperanza de encontrar a alguien que hubiera visto a una mujer extranjera sospechosa. En el interior de la taberna, poco más de una veintena de hombres de casi todas las edades jugaban a las cartas en grupos de cuatro mientras el tabernero y su mujer les rellenaban las jarras de licor en cuanto se las terminaban.
Vio una mesa libre a su izquierda, junto a un estrecho ventanuco y decidió sentarse allí para escuchar tranquilo y sin llamar demasiado la atención. Al dirigirse a la mesa tropezó sin querer con algo. En el suelo había un pequeño bulto del que no se había percatado.
-Perdona – dijo Kiv, justo al mismo tiempo que el niño que se arrebullaba en aquella capa desgastada.
La menuda figura se abrazaba las piernas, apoyando la barbilla sobre sus rodillas y manteniendo la espalda pegada a la pared. La capucha de la capa le caía sobre los ojos, ocultándoselos, y un fino pañuelo dorado le tapaba la nariz y la boca. La única parte visible de su piel eran sus manos, indudablemente femeninas, con las uñas pintadas a franjas de colores, pero repletas de arañazos, durezas y costras.
-Mi papá va a ganar el torneo de cartas para comprarme una muñeca nueva. ¡Mira, es ese de ahí! – la niña se puso en pie para señalar a uno de los hombres.
Kiv siguió la dirección que ella le indicaba con el dedo, pero no supo cuál de todos los del grupo era. Se volvió de nuevo hacia la niña, justo a tiempo para verla escurrirse por el ventanuco.
-Será… – siseó Kiv, saliendo por la puerta, tras ella.
No se había dado cuenta de que ella estaba junto a la puerta, su voz le sonaba y había huido de él. Era ella. La espía a la que andaba buscando. Y no tenía ninguna intención de dejarla marchar sin, al menos, devolverle la cuchillada en el brazo.
Salió a la calle y torció la esquina. La vio seguir recto hasta una escalera; y así comenzó una persecución por las calles, pasarelas y escaleras de la ciudad. Pronto Kiv se dio cuenta de que la espía no parecía seguir ninguna dirección concreta ni parecía querer huir de la ciudad; lo que ella intentaba era despistarle para que no le persiguiera. Pero en cuanto se dio cuenta de que no iba a conseguir perderlo, la chica cambió su estrategia. Se paró en seco sobre uno de los tejados, aguardando a Kiv en posición de guardia, con una katana en la mano izquierda y un puñal en la derecha.
Cuando Kiv se la encontró así, detuvo su persecución, dudando de si atacar o no. La habilidosa espía a la que había estado persiguiendo no parecía más que una niña, ¿pero cuántas más sorpresas ocultaba un cuerpecito tan pequeño? Desde luego, y solo con un vistazo, Kiv supo que tenía experiencia con las armas, puesto que sujetaba la katana con ligereza y el puñal, con decisión. Decidió probar la habilidad de la chica, con precaución.
Echó mano de las finas cuchillas que portaba, cruzándole el pecho, y se las lanzó a toda velocidad. Los reflejos de la espía demostraron ser excelentes. Simplemente se hizo a un lado y volvió a adoptar una posición de guardia – inclinada hacia delante, con el brazo de la katana hacia atrás y el otro hacia delante.
-¿Es que acaso te he sorprendido, Kiv? – le preguntó la chica cuando él ya estaba a punto de lanzarse sobre ella.
Frunció el ceño. No se esperaba que una espía de Edel pudiera conocerle.
-La gente teme tu nombre. A mí me tienen miedo porque no existo – canturreó la chica con su vocecilla aniñada y poco coherente para su profesión –. ¡Ataca, Fantasma!
“¿¡¿Fantasma?!?”, se preguntó Kiv.
De pronto, un animal surgió de la nada, con las fauces y las zarpas por delante. Kiv no tenía tiempo para fijarse en él, pero juraría que era algún tipo de mezcla entre can y felino. Como acto reflejo, hizo aparecer su espada y descargó un golpe contra el animal. Sin embargo, su acero no encontró resistencia y sólo cortó el aire. El animal no estaba.
-Ahora entiendo lo de fantasma… – murmuró, alzando la vista.
La espía había desaparecido.


Tras aquello había vuelto a cruzar la muralla para pasar el resto de la noche en una pequeña caseta junto a unos campos de cultivo. Aprovechó para escribir un par de cartas. Una para Eclipse, en la que le informaba de lo poco que había descubierto del avance de Edel, y la otra para su maestro, en la que le expresaba su profunda frustración tras descubrir que existían otros espías y asesinos mejores que ellos. A éste último también le contó la capacidad de la espía de Edel de “crear fantasmas” y le preguntaba si sabía algo cómo era posible algo así – a pesar de que él lo había visto con sus propios ojos.
En cuanto acabó de escribir, guardó las cartas y se acurrucó en un rincón para poder descansar un poco. Tenía que aprovechar las cuatro horas que quedaban hasta el amanecer para echar una cabezada y reposar. Estaba agotado, aunque más bien se sentía agotado intelectualmente. La presión que sentía era brutal. No debía volver a acercarse a Eclipse o volvería a caer en su poder, no iba a dejarle ver lo que él había visto. Quería seguir sirviéndole porque era para lo único que él era útil, pero no iba a obedecer ninguna orden que implicara hacerle daño a Ralta. Tampoco tenía ninguna ilusión por volver a cruzarse con su maestro – cuanto menos se veían, mucho mejor para ambos –, y mucho menos por ver a Shina. 
Con la fatigosa sensación de estar jugando en dos bandos se durmió y, por primera vez en muchísimos años sintió unos ligeros remordimientos por lo que estaba haciendo. “¿A quién estoy traicionando al actuar así?”


Luchó por calmar su respiración agitada, rogando porque el oxígeno volviera a circular por su cerebro y dejar de ver borrosas sus propias manos. Éstas ya no eran garras enormes y poderosas. Después se tocó la espalda, recordando que tan solo segundos antes allí, sobre sus omoplatos, habían surgido unas alas gigantescas. Un zumbido incesante en su cabeza le molestaba, e intentó apaciguarlo frotándose las sienes – ahora su piel era más suave, ya que antes había estado cubierta de escamas y púas amarillas y afiladas. Viktor se dejó caer al suelo de rodillas; el mareo y el zumbido no se detenían. Estaba tan cansado… Le dolía todo el cuerpo, pero el dolor era compensado por la embargadora sensación de poder que le había otorgado la transformación. El hechizo de Eclipse, que le había fusionado con el alma de su preciado dragón, había sido lo más doloroso que había sentido en toda su vida. Pero merecía la pena.
-Respira hondo muy lentamente – le advirtió Eclispe, que le observaba desde una distancia prudencial –. Esta vez has estado muy cerca de lograrlo.
Él intentó sonreír, feliz por complacer a su señora.
Cuatro días atrás Eclipse le había fusionado con el alma del dragón, y desde hacía dos, pasaba casi todo el tiempo intentando transformarse. A pesar de intentarlo sin descanso, lo máximo que había logrado era mutar algunas partes de su cuerpo, pero no había llegado a alcanzar la verdadera y grandiosa forma del negro dragón.
Además de intentar hacer brotar el cuerpo de su nueva alma, llevaba dos semanas entrenando con los soldados de élite de la guardia de Eclipse para aprender a pelear y a manejar la espada. Y así seguiría hasta que su auténtico maestro volviera al castillo y se ocupara personalmente de su adiestramiento.
Eclipse había tomado la determinación de dejarse de formar a Viktor como Asesino, ya que no tenía tiempo para eso, y limitarse en convertirlo en un guerrero imbatible. Como ya había demostrado en la última prueba, Viktor poseía una fuerza de voluntad envidiable y un poderío que se reflejaba en cada uno de sus golpes. Sin embargo, los soldados ya le habían advertido de que lo mejor era no dejar que la ira le cegara a uno a la hora de atacar. La fuerza que ésta proporcionaba estaba bien, pero si nublaba los pensamientos y no te ayudaba a conservar la mente fría se volvía en tu contra, convirtiéndote en un objetivo fácil. Y Kiv, por ejemplo, era un especialista en hacer que la ira cegase a las personas para después aprovecharse de ello.
Unos minutos más tarde, el mareo de Viktor cesó y pudo ponerse en pie para volver a intentarlo. Respiró hondo y buscó en su interior. Como todas las veces anteriores, una presencia ardiente, como una bola de magma crepitando en el interior de su pecho, le daba la bienvenida de una forma algo arisca y se expandía por todo su cuerpo, quemándole, reclamando su lugar.
Pero una vez más, el cuerpo entero no cambió. De su ya dolorida espalda surgieron un par de alas que le laceraron más la piel, y su mandíbula se desencajó para alojar nuevos y enormes dientes a la par que de su garganta brotaba fuego.
Cuando por fin la “transformación” terminó, Viktor estaba exhausto. Le dolían la boca, los brazos y la espalda a más no poder. Se sentía incapaz de dar un solo paso – ya bastante estaba haciendo manteniéndose de pie.
-¿Te encuentras bien? – le preguntó Eclipse, en un tono extrañamente suave y preocupada de veras.
-No… – musitó él, con apenas un hilo de voz.
Eclipse se acercó a él y le ayudó a mantenerse en pie. Le echó un vistazo a la espalda de Viktor, cubierta de sangre y lesiones.
-Shina, ven aquí – llamó Eclipse. En cuestión de segundos, la bruja se materializó junto a la reina. A pesar de haber puesto ella la mayor parte de la magia para la fusión de almas de Viktor, se había recuperado muy bien del gasto pasando los días y las noches en la poza del castillo –. Llévalo a la poza contigo e intenta curarle. Mañana tiene que estar bien para seguir intentándolo.
-Se está esforzando mucho, dale un poco de tregua.
-¿Desde cuándo eres tan benevolente? – le preguntó Eclipse, mosqueada por el comentario de Shina.
-Supongo que a Kiv, en su día, tampoco le diste tregua. Y te fue bien, porque conseguiste crear una auténtica máquina asesina. Pero en su interior alberga admiración y resentimiento hacia ti, en partes iguales. No quieras que Viktor también te odie.
-¡Ja! Kiv venera el suelo que piso. ¡Es lo que es gracias a mí!
-Exacto, y por eso te venera, pero también te detesta.
Eclipse hizo una mueca de disgusto y escupió una sola orden:
-Márchate ya.
Shina soltó un siseo y desapareció, llevándose a Viktor con ella a la poza. Una vez allí, lo metió con cuidado en el agua. El joven ahogó un gemido de dolor, las heridas de la espalda le escocieron de una forma insufrible en cuanto el agua las cubrió.
-¿Duele? – le preguntó Shina. Él asintió, apretando los dientes –. Eso quiere decir que se están curando. La magia que contiene esta agua te ayudará bastante, pero si no es suficiente, yo me ocuparé de acabar de curarlas.
Al cabo de un rato, Viktor parecía más relajado y flotaba boca arriba mirando el techo, excavado en roca. Shina no le había quitado el ojo de encima en todo el tiempo. Por desgracia, él tampoco le daba conversación y eso le aburría. Viktor era serio, seguramente eso era causa de sus años en prisión.
-Eres muy callado, ¿no? – él se encogió de hombros –. ¿No te aburres? Yo me paso tantas horas aquí sola que ya me he cansado de mirar el techo.
-Es irregular. Ayuda a pensar.
-¿Y qué piensas? – preguntó Shina, intentando tener algo de conversación.
-Me pregunto por qué no soy capaz de transformarme ya. No quiero decepcionar a Eclipse después de haber depositado tanta confianza en mí. ¿Cuánto tardó Kiv en conseguirlo?
-No tengo ni idea, yo llevo aquí muy poco tiempo. Pero debes tomártelo con calma. Asimila el alma del dragón y deje que brote sola. No le fuerces. Tienes la fuerza necesaria para hacer todo lo que desees. Recuérdalo.
-Pero Eclipse tiene prisa…
-Olvida lo que Eclispe quiera o deje de querer. El dragón y tú sois lo mismo, no pienses en él como algo exterior a ti. Ahora eres un dragón, no te preocupes por Eclipse, en serio. Necesita tu poder de dragón y no va a presionarte para que logres dominarlo.
»Llegará un momento en el que podrás convertirte en dragón con solo desearlo y sin que te resulte doloroso. Y con la fuerza que tú posees, sin duda dominarás la transformación parcial. Imagínate, que las alas te broten de la espalda sin herirte y poder volar siendo humano.
-Suena genial – musitó Viktor, encantado con la idea.
Volvieron a quedarse en silencio, pero ahora Viktor miraba el techo de piedra, imaginando que era el cielo abierto. Cerró los ojos y se vio a si mismo extendiendo los brazos, que se transformaban en alas, y alzaba el vuelo hasta rozar las nubes. Era una fantasía maravillosa. Tal vez, pronto se convirtiera en algo real y supiera si las nubes podían tocarse y eran como el algodón o la lana, o si eran intangibles, como fantasmas.
Cuando abrió los ojos se sorprendió de verse envuelto en vapor. Apenas distinguía la figura de Shina, hecha un ovillo a la orilla de la poza, mirando el agua con una expresión extraña, mezcla de recelo y sorpresa.
-¿Por qué has salido del agua tan de repente? – le preguntó Viktor, extrañado. La bruja no salía del agua a no ser que Eclipse la llamara. O al menos, eso creía él.
-Idiota, quema mucho. Podrías haberme avisado.
-¿Avisarte de qué?
Shina se rió, con la risa típica de quien descubre la inocencia de otro.
-Dragón, no quieras hervirme, por favor. Parece que no eres consciente de ello, pero el calor de tu alma le ha hecho esto a mi poza – Viktor movió los labios, como si fuera a preguntarle que de qué demonios estaba hablando, pero Shina lo acalló levantando un dedo y posándoselo a si misma sobre los labios –. Ni tampoco te das cuenta de lo que tienes en la espalda.
Viktor se llevó la mano a la espalda y palpó sorprendido como las alas con las que acababa de soñar despierto brotaban de sus omoplatos sin resultarle doloroso en absoluto. No lo entendía. Tantas horas de esfuerzo para que su poder acabara mostrándose de un modo tan inesperado y natural. Resultaba amargamente irónico.
-La magia debe ser natural – sonrió Shina, mostrando sus afilados dientes. Viktor se sorprendió de que la bruja hablara muchas veces como si supiera lo que se le estaba pasando por la cabeza –. ¿Sabes cómo descubrí yo que era una bruja?
Obviamente, Viktor no tenía ni idea, así que negó con la cabeza. Acarició la base de su ala derecha, todavía sin poder creerse que aquella nueva extremidad formaba parte de su cuerpo – aunque todavía no se atrevía a intentar moverlas.
-Yo provengo de un mundo distinto a este. Allí siempre había guerras, nosotros los inuyasi siempre peleábamos entre nosotros para probar que clanes tenían mayor sangre de demonio. Se supone que descendemos de ellos, y seguro que es por eso que todos teníamos ese instinto de lucha que nos lanza a la guerra. Aunque, bueno, mi hermana y yo nunca sentimos ese impulso de asaltar un clan vecino y derramar sangre porque nuestro clan era relativamente tranquilo. Habíamos firmado pactos de no agresión con dos clanes vecinos y una alianza con otro. Además estábamos situados en una zona en la que era difícil recibir un ataque por sorpresa.
»Éramos unas crías cuando eso pasó. Subiendo una colina había una arboleda donde jugábamos los niños. Allí nos reíamos con tonterías, nos alejábamos de la guerra y nos centrábamos en las gilipoyeces propias de los críos. Supongo que era bonito, apenas lo recuerdo. Pero una tarde, cuando todos los niños bajábamos nos encontramos con lo que ningún niño debería ver nunca. La crudeza de la guerra. La sangre por las calles, el olor a muerte, y los enemigos esperándonos. Eran demasiados. Una veintena de críos, por mucha sangre de demonio que tuvieran, no podían hacer nada en absoluto.
»Pero Shaira tenía algo que nadie sabía. Era una bruja, lo sabía desde hacía tiempo, pero no me había contado nada. Ni a mí ni a nadie. Entre los inuyasi las brujas y brujos no tienen buena fama. En realidad son odiados y temidos, y tratábamos de atraparlos y usarlos como sacrificio a los demonios para que la sangre de su prole sea más poderosa.
-Eso suena estúpido.
-Y lo era. Pero para muchos, ver a Shaira descubriendo su poder para tratar de salvarnos a los demás, les pareció una buena oportunidad para hacerse con una bruja. La vi luchar por nosotros hasta la extenuación, pero al final cayó. Yo no podía permitir que hicieran daño a mi hermana, así que… Salió de mí. El poder que brotó de mí de una forma tan natural y abrumadora que me quedé bastante descolocada. Solo deseaba ayudar.
-¿Conseguiste salvarla?
-La salvé, salvé al resto de críos, y maté a todos nuestros enemigos. No quedó nadie en pie. Y desde ese día, mi vida y la de mi hermana cambiaron hasta llegar a este punto. Yo me paso los días sumergida en esta agua, tratando de recuperar el poder que me arrebató mi propia hermana. La hermana a la que salvé me encerró durante doscientos años, ¡solo por luchar por aquello que amo! ¡Solo porque no es capaz de ver lo equivocadas y egoístas que son sus ideas y las de Shoz! Pero pronto arreglaré todo. La hora de mi venganza se acerca, y la anhelo tanto…
Viktor la miraba, totalmente intimidado. La ira de la voz de Shina le había hecho palidecer. Jamás había escuchado una voz que transmitiese semejante fuerza y dolor.
-Viktor, ¿puedo pedirte un pequeño favor? – él asintió, sintiendo que era imposible negarse –. No le cuentes esto que te he dicho a nadie. Y ayuda a Eclipse en todo lo que te pida. Cuando ella esté satisfecha, yo podré ejecutar mi venganza. Así que necesito que hagas que Eclipse sea feliz.
-P-puedes… Puedes contar conmigo.
-Bien. Si te encuentras mejor deberías subir a entrenar.
-Sí… – Viktor salió del agua y sus alas desaparecieron, tan fácil e inconscientemente como habían aparecido. Antes de marcharse, dijo a media voz –: Gracias por confiarme parte de tu pasado.
-Ni lo menciones, por favor.
Una vez Viktor la hubo dejado sola, Shina se maldijo a sí misma. No estaba segura de si había hecho bien contándole aquello al nuevo juguete de Eclipse, pero lo cierto es que se sentía desahogada. “Estúpidos sentimientos, ¡estúpidos!”
Cogió aire y volvió a meterse en el agua, fijando su mirada en su objetivo. En la parte más alta de la cúpula de piedra que cubría la poza llevaba varias semanas creciendo una pequeña planta, de tallo endeble y hojas todavía débiles. Aquel era su blanco.
Extendió la mano hacia allí y crispó los dedos.
-¡Estalla! – siseó la bruja, poniendo en juego su dormido poder. Sintió como la magia burbujeaba en su interior y entraba en erupción, como un volcán. Sobre su cabeza cayeron las cenizas de la planta a la que su fuego negro había consumido.
Las rodillas le fallaron, cansada por utilizar de nuevo su poder, y braceó por mantener su cabeza fuera del agua.
-No está mal… No está nada mal. Debo seguir trabajando el control de mi poder ofensivo, y después pasar a los niveles de percepción. Ya dominaba los elementos básicos de la magia, pero a la hora de utilizarlos en una auténtica pelea… – se dijo a sí misma, a media voz, recordándose al caminar sobre el agua junto a Elehdal y cuando hirió a Tary –. Aunque eso no fue nada más que un código de retroceso para el cuerpo del rival…
-¿Eso no son artes oscuras?
Shina se volvió hacia Eclipse, que acababa de entrar, y sonrió con paciencia.
-Suena mejor llamarlas artes demoniacas. Pueden aprenderse, pero para los inuyasi es algo casi tan natural como respirar. Los brujos inuyasi somos detestados por casi todo el mundo, así que nos valemos de lo que muchos consideran “magia de demonios” para defendernos de quienes quieren hacernos daño.
-Tienes tus razones para ser como eres.
-No es una pregunta – se percató la bruja. De nuevo, sonrió, esta vez más ampliamente. Eclipse era una mujer inteligente y, como Shina ya había previsto desde el principio, eso podía traerle problemas a la hora de decidir qué cosas contarle y cuáles no –. Igual que tú, ¿no? Me pregunto qué motivos puede tener una mujer para acabar con sus padres. Aparte de conseguir más poder, claro.
-Tss… Aparte de conseguir más poder, tuve motivos personales – bufó Eclipse.
-¡Jajaja! – se rió la bruja –. ¿Motivos personales, dices? ¿Qué problemas podías tener con Eirilda III? Según he leído tu madre es conocida como la mejor reina de Go. Buena, amable, respetuosa… es decir, una auténtica…
-¡Bruja! Eso es lo que era. Así que no hables de ella alabándola como todo el mundo. Nadie la conocía como yo.
-¿Y Edel?
-Sería en la única cosa en la que coincidiríamos.
-Que interesante – musitó Shina. Se quedó en silencio, pensativa, flotando sobre su espalda –. Mañana me iré.
-¿Qué? – aquello cogió totalmente por sorpresa a Eclipse. Aunque en realidad quien más sorprendida se hallaba era la propia Shina.
-Me estoy poniendo nostálgica, así que voy a reencontrarme con mi pasado un poco más. Y liberar así mi parte salvaje.
-No sé de qué me estás hablando, pero supongo que volverás a buscar a ese mago.
-Sí. ¿Qué planes tienes tú?
-Esperar. A que Viktor mejore, a que el Maestro Asesino vuelva y a que Kiv aparezca por aquí. Tengo que asignarle el trabajo de su maestro mientras él entrena a Viktor.
-No creo que Viktor y Kiv puedan llevarse bien. Sus caracteres chocarían bastante. Además, yo no creo que Kiv vuelva.
-Volverá.
-¿Tanto confías en tu conocimiento sobre las almas negras? – siseó Shina, con deliciosa maldad –. Tienes tanto que aprender…
-Detesto cuando hablas como si lo supieras todo – le gruñó Eclipse, arrugando el labio superior. Aquella actitud de la bruja era realmente odiosa y tenía que armarse de paciencia para no intentar matarla.
-No lo sé todo… ¡Ya me gustaría a mí! – se rió Shina.
Con parsimonia, volvió a salir del agua y se dirigió a una esquina de la cueva, algo refugiada de la humedad permanente, donde guardaba una pequeña colección de libros que había ido seleccionando con el paso de los días. El castillo de Eclipse contaba con una biblioteca realmente magnífica, aunque la actual reina apenas le había sacado partido. Pero Shina, curiosa por naturaleza, lo pasaba bien buscando libros con los que entretenerse durante horas dentro del agua de la mágica poza.
-Creía recordar que estaba por aquí – masculló la bruja, revolviéndolos con cierto cuidado. Al fin encontró lo que buscaba y soltó un aullido de triunfo –. ¡Te encontré, mi amado pequeñín!
Eclipse la miró sin comprender qué demonios era su “amado pequeñín”.
-¡Cógelo! – le dijo a la reina, lanzándole un libro bastante grueso. Eclipse se hizo a un lado para evitar que le cayera sobre los pies para después recogerlo del suelo –. Vaya una forma de tratarlo… Lo recuperé hace unos cuantos días de un limbo de invocación. Es el trabajo final de mi adiestramiento como bruja en Shoz. Aprendizaje de las artes demoniacas. No sé cuánto tiempo voy a tardar en regresar, pero cuando lo haga, espero que hayas aprendido algún arte demoniaca. Te será útil.
»Además, te irá bien algo de movimiento. Si te pasas el día sentada mirando las musarañas y peinándote, no cabrás en tu trono.
-Bruja…
Shina se puso el vestido, a pesar de estar todavía mojada, y le hizo un gesto con la mano a Eclipse, dándole a entender que aquello era solo una broma – aunque la reina ya le había dado muestras de carecer de sentido del humor. Aquella fue toda su despedida. Dos horas antes de que amaneciera, Shina ya se había marchado en busca de Elehdal.
Un nuevo encuentro con el pasado. Un encuentro que esperaba que la devolviera a lo que un día fue. La bruja que hizo temblar todo Shoz, al igual que había hecho su maestro. Y con aquello se acercaba más el día en que Shoz volvería a temblar.