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jueves, 29 de marzo de 2012

CAPÍTULO 8: MIEDOS Y PESADILLAS


CAPÍTULO 8: MIEDOS Y PESADILLAS
A la mañana siguiente, Siril se despertó con la espalda dolorida. Al final se había quedado dormida en el sofá de la casa de Tary. Aunque tampoco había dormido mucho, ya que su prima se había pasado la noche gritando en sueños.
Estaba preocupada. Muy preocupada. La había escuchado repetir, como un mantra: “Es solo una ilusión, es una ilusión. No están muertos, no lo están.”
Entró en su cuarto, con un vaso de leche y unas galletas por si tenía hambre. Casi se le cayeron las cosas cuando al entrar la vio, sudorosa y temblando en la cama. Se mordió el labio, apenada, mientras dejaba las cosas sobre la mesilla. Le pasó la mano por la frente, perlada por el sudor.
Con un nuevo alarido, Tary abrió los ojos de par en par.
Siril tragó saliva y retiró la mano, asustada. Le tembló la voz al hablar:
-Buenos días, Tary. Te he traído algo de desayuno, por si tienes hambre – ella no le contestó. Permanecía con la vista fija en el techo, tratando de ralentizar su acelerada respiración. Se revolvió, arañándose los brazos, en la zona de los cortes.
-Me duelen – lloró.
-Tranquila, apenas son poco más que unos arañazos; estarán curados dentro de poco – le mintió, para tratar de serenarla.
-Son mucho más… El dolor está dentro – aquel penoso murmullo no fue escuchado por Siril, que, con cariño, le secó el sudor de la cara.
-Sé que algo muy malo te hicieron, Tary, pero necesito que me lo cuentes para que pueda ayudarte. Lo superaremos. Te lo juro – le dijo, tomándola por las manos para que dejara de arañarse.
-No lo recuerdo – le respondió con rapidez.
-Sí que lo recuerdas. Esta noche has hablado en sueños. Está todo dentro de tu cabeza. Haz un esfuerzo e intenta acordarte, ¿vale? Tú sé fuerte, resiste.
-Sí, claro…
-Buena chica – le sonrió Siril – Tengo que irme a clase. Volveré por la tarde. Si tienes hambre, pide una pizza o algo así.
Depositó un suave beso sobre su cabeza y se fue.
Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Tary, deslizándose por su rostro hasta morir en la almohada. Se acostó de costado y se rodeó las rodillas con los brazos.
Claro que recordaba lo que le había sucedido. Lo recordaba, además, con una nitidez asombrosamente dolorosa. Las imágenes de aquellos horribles recuerdos surgían ante ella en cuanto cerraba los ojos: las ilusiones de las muertes, aquella mujer de pelo verdoso, la agonía, el joven de la daga y sus escalofriantes ojos, y el dolor. Sobre todo recordaba aquel dolor. No era parecido a nada que hubiera conocido.
Tary cerró los ojos, temiendo encontrarse en la oscuridad con fragmentos de la tortura pasada, y de repitió las palabras de Siril: “Sé fuerte, resiste”. Apretó los puños, con decisión, y todos los cortes a medio cerrar le tiraron de la piel, provocándole un dolor lacerante.
“Voy a vivir. Voy a resistir esto y mucho más. Aguantaré todo lo que haga falta hasta que me vengue de ellos. Los mataré”, se dijo, furiosa.
Segundos después, volvía a caer presa de sus angustiosos recuerdos, envuelta en una espiral de dolor y sin voz con la que lanzar nuevos gritos de agonía. Cayó inconsciente durante varias horas.


Eclipse masculló algo, enfadada, y después le ordenó a Kiv que se estuviera quieto de una vez, acompañando su orden de un “ligero” golpe en la cabeza.
La reina estaba tratando de curar la quemadura que se extendía a lo largo del brazo izquierdo del joven. Aunque más que curarlo parecía estar deleitándose en el dolor que él estaba sufriendo. Estaba enfadada.
-No solo vienes sin los colgantes, ¡sino que además vienes sin la chica! – había berreado nada más verlo aparecer, aún envuelto en llamas.
Él había soportado todo estoicamente, sabedor de que si abría la boca para replicar las cosas se pondrían peores. Aguantó el berrinche de Eclipse y sufrió sus “cuidados”.
Al final, por fin parecía que la mujer se había calmado.
-Bueno, visto lo visto, lo mejor será que tú te ocupes de ellas. Poseen la magia, es tu terreno – dijo Kiv, sosegadamente, haciendo una mueca de dolor al mover el brazo.
-¡Ja! De eso nada, jovencito. Tienes el poder y las habilidades suficientes para hacerles frente tú. Y serás tú quien las traerá ante mí.
-La magia no es lo mío…
-Deja de protestar. Tú has podido siempre con todo, Kiv. Te he visto asesinar magos – le recordó, fulminándolo con la mirada.
-Pero no sabían nada de mí. Ahora ellas ya están sobre aviso. Me conocen, saben perfectamente lo que puedo hacer.
-Si no me equivoco, no lo saben todo, ¿no?
El agachó la cabeza.
-No, todavía no lo han visto. Pero deberían estar en este mundo y no en el suyo. Allí sería… demasiado llamativo.
-Haz lo que sea, pero quiero los otros tres talismanes. ¡Y los quiero ya! – dicho eso, Eclipse se marchó dando zancadas.
“Cuando se enfada es como una niña pequeña…”, se dijo Kiv, sin inmutarse. Había aprendido a ignorarla, a armarse de paciencia, y a aguantar. Aunque no habían sido pocas las ocasiones en las que había deseado matarla. Sin embargo, Eclipse tenía un gran instinto de supervivencia y conocía a su esbirro lo suficientemente bien como para saber lo que pasaba por su cabeza antes incluso de que él lo pensara. Nunca había podido hacerle daño.
Sintió una vibración en el aire y todo su cuerpo se crispó, alerta. Alguien acababa de marcharse de Go. Suspiró y movió el brazo una vez más, comprobando que seguía doliéndole, aunque ya se había acostumbrado y le resultaba menos molesto, y se dispuso a marcharse en busca de quien se escabullía de su mundo.


Ralta y Furia estuvieron esperando un buen rato en la puerta hasta que Tary les abrió. No había comido en todo el día porque había caído inconsciente varias veces. Se había levantado de la cama, tambaleándose, y al final había conseguido llegar a la puerta apoyándose en las paredes.
-¡Tary! – exclamó Ralta cuando la vio abrirles la puerta.
-Hola, chicas – apenas tenía un hilo de voz –. ¿Qué estáis haciendo aquí?
-Venimos a ver qué tal estás – sonrió Furia, tendiéndole un tupper con macarrones –. Es por si no tienes ganas de cocinar, como estás sola en casa…  
-Gracias, Fu. Pasad dentro, no aguanto más rato de pie.
Entraron en el salón y las chicas se sentaron en el sofá para hablar un rato. Durante unos momentos las tres fingieron que todo estaba bien. Ralta y Furia le contaron las cosas que habían sucedido durante aquel día de clase, como si no hubiera asistido por estar enferma.
Después, Ralta se hartó de aquella incómoda situación y pasó a preguntar lo que realmente habían ido a tratar de averiguar.
-Bueno, Tary. ¿Cómo te encuentras? Tienes que contarnos lo que te pasó allí – le dijo, con voz dulce.
El cuerpo de Tary estaba vacío de fuerzas, pero no la mirada que le lanzó a su amiga. Era fulminante, y oscura. Ralta se sintió atravesada por ella.
-Estoy muy cansada… Siento dolor todo el tiempo.
-¿Te duelen los brazos? – le preguntó Furia, mordiéndose el labio.
-Sí, pero en realidad son lo de menos… – levantó los brazos y se llevó las manos al pecho, con un gesto de dolor – Es aquí… Es como si me arrancasen algo de dentro.
-Es horrible… ¿Recuerdas cómo te hicieron eso? – inquirió Ralta.
-¡No quiero recordarlo! – Tary trató de gritar, pero las palabras sonaron rotas en su garganta, y su bramido fue solo un quejido apenas audible. Aunque sus amigas notaron la furia con la que brotaban los sonidos de su boca.
-Tary…
La chica trató de replicar, pero no le quedaba voz para hacerlo. Sus dedos se crisparon y se agarró de la camiseta mientras caía inconsciente de nuevo sobre el sofá. Temblaba y se arañaba a si misma los brazos, arrancándose las costras recién formadas en los cortes.
Sus dos amigas la miraban, con el corazón roto y las lágrimas a punto de abandonar sus ojos. Le susurraron palabras de consuelo, pero nada apaciguaba sus pesadillas. Cuando, minutos después, Tary pasó a dormir serenamente, la llevaron a su cuarto entre las dos.
-Tengo que irme ya. Si vuelvo a llegar tarde a casa mi madre me tendrá encerrada hasta que me salgan canas – dijo Ralta, mirando el reloj de su móvil –. ¿Te vuelves conmigo?
-Mmm… No. Creo que voy a quedarme un poco más. Le prepararé una sopa a Tary. Le hará entrar en calor y le irá bien para la garganta.
Ralta le dirigió una amplia sonrisa a su amiga.
-Eres un cielo de persona, ¿sabes? Me alegro muchísimo de que nos hayamos conocido.
Le dio un fuerte abrazo, un gesto de cariño al que Furia no estaba muy acostumbrada, y le dio un beso en la mejilla a Tary como despedida.
Una vez Ralta se hubo marchado, Furia entró en la cocina para hacerle la cena a Tary. Después recogió los macarrones que le había traído, que aun seguían en el salón, y el desayuno que Siril le había preparado por la mañana. Cuando acabó fue con la cena al cuarto de su amiga para ver si estaba despierta.
En efecto, lo estaba. Miraba el techo con los ojos muy abiertos, tratando de parpadear lo menos posible. Por debajo de ellos, unas medias lunas oscuras le daban a Tary un aspecto agotado.
-Hola, Tary. Te he preparado una sopa. Tómatela ahora que está calentita.
Con esfuerzo, la chica le sonrió.
-No tengo hambre, pero bueno. No voy a hacerte el feo ya que te has molestado por mí.
Furia la ayudó a incorporarse y a tomarse la cena. Después, parecía que las mejillas de Tary habían recuperado algo de color.
-Escucha Tary, no quiero hacerte daño, pero saber lo que te pasó puede ser importante. No quiero ni imaginarme qué pudieron hacerte para que sea tan horrible que no quieras recordarlo y te pases el día gritando en sueños. Es más, no quiero saberlo. Simplemente me alegro de que hayas resistido. Eres la persona más fuerte que conozco.
-Lo recuerdo. Es… es tan nítido… que cada vez que cierro los ojos, vuelven a torturarme.
-Pero, ¿por qué lo hicieron?
-Me negué a darles el talismán… Y necesitan que su portador esté vivo para que la magia siga viva. Por eso no podían matarme.
-Es horroroso… – musitó Furia. Se mordió el labio antes de pronunciar la siguiente pregunta –. ¿Quién te hizo daño?
-Fue ese chico, el de los ojos verdes – Furia asintió. Aquel chico, Kiv, y sus escalofriantes ojos. Lo maldijo en silencio –. Y una… Veisha.
-¿Veisha? ¿Qué demonios es eso? – preguntó Furia.
Tary no le contestó, volvió a caer en los lazos de las pesadillas, que la llevaron a un lugar donde los gritos apenas servían para expresar el dolor que atravesaba su alma.
Entristecida y en silencio, Furia se marchó de allí, sintiéndose fatal por dejar sola a su amiga, sufriendo en sueños.


Los días pasaron fríos y lentos, llevando a las chicas hacia el triste mes de noviembre. Tary pasó cerca de una semana, sin asistir a clase, metida en la cama. Salía unos pocos minutos al día, para pasearse por la casa, comer un poco y llamar a sus padres. Habían estado preocupados por ella y casi habían adelantado su vuelta de Europa para cuidarla.
Poco a poco, con el paso de los días, se acostumbró al dolor que la atacaba y pasó a ser más soportable y ligero. Su piel estaba siempre más pálida de lo normal, apagada. Pero recobró algo de fuerza alimentando sus pensamientos con las palabras de Siril: “Sé fuerte. Resiste”. Si quería vengarse, tenía que resistir.
Mientras Tary luchaba contra sí misma, sus amigas seguían con sus vidas, aunque iban a visitarla cada día. Seguían entrenando el control de la magia, aumentando su resistencia, conociendo su poder y moldeándolo a su antojo.
Ralta temió que Kiv volviera a por ellas, pero eso, por suerte, no ocurrió. Disfrutaron de unos días relativamente tranquilos, aderezados de deberes, exámenes, compañeros pesados y profesores maliciosos. Justo lo que podía considerarse una vida normal, o al menos, medio normal.
Durante aquellos días, Furia buscó en solitario información sobre el nombre que Tary le había dicho: Veisha. Sin embargo, no encontró nada; así que pasó a contárselo a las otras dos chicas.
-Tary me dijo que quienes le habían hecho daño fueron Kiv y una Veisha – Siril y Ralta la miraron sorprendidas. Había tardado cuatro días en contarles aquella información. Furia siguió hablando para no darles tiempo a replicar –. He estado buscando qué podía ser eso, pero no he encontrado absolutamente nada.
-¿Veisha? – musitó Ralta. Aquel nombre en sus labios sonó como un horrible susurro.
-Has tardado mucho en contarnos esto – dijo Siril, aunque no en un tono duro, ni buscaba culparla de nada.
-Ya lo sé, pero quería ver si podía averiguar algo yo sola. Tary me lo contó a mí, y no sabía si… sí ella quería que lo supierais vosotras o no.
-¿Pero por qué no iba a querer que lo supiéramos? – preguntó Ralta, algo molesta.
-A veces nos es más fácil confiar nuestros miedos y temores a personas que no conocemos mucho, que no son nuestra familia, con los que no compartimos años de confianza, simplemente para que su opinión al respecto de nuestro miedo no se vea afectada por la impresión que tiene ya de nosotros.
-Eso es… – empezó a decir Ralta.
-Cierto – acabó Siril –. Comprendo tus razones, Furia. Ahora vámonos. Tenemos que buscar qué es una Veisha. Supongo que se tratará de alguna criatura de Go, así que tenemos que buscar en un sitio donde tengan información de muchos mundos.
-¿Shoz? – aventuró Furia.
-Exacto – le sonrió Siril –. Ahora dadme las manos y os llevaré en un periquete.
Las tres se cogieron de las manos y, envueltas en una espiral de luz, abandonaron su mundo para llegar a Shoz.
Aparecieron en un lugar hermoso, muy hermoso, inundado por una luz tan blanca y brillante que lastimaba con delicadeza los ojos de las chicas. Se encontraban en un pasillo amplio y totalmente recto, con los suelos de mármol blanco, adornado con finos detalles en negro, que aportaban un toque refinado, elegante y, sobre todo, hermoso. El corredor, en vez de paredes, tenía cristales que dejaban ver un vacío abrumador a sus pies, y también entrar la luz. Ésta incidía sobre las delicadas lágrimas de cristal que componían las lámparas, que adornaban los techos abovedados, desplegando sobre el blanco suelo un arco iris que contenía todos los colores imaginables. 
-Es… muy hermoso – murmuró Ralta, impresionada.
-Vamos, si seguimos este pasillo llegaremos a la Gran Biblioteca de Shoz – les dijo Siril, señalando el lejano fondo del luminoso corredor.
-¿Habías estado aquí antes? – preguntó Ralta, al ver que Siril parecía saber tanto.
Ella asintió:
-Sí, unas cuantas veces. Vine aquí a recibir preparación por si resultaba elegida por los poderes de la Sabiduría. Fui una entre mil millones…
Ralta soltó un silbido impresionado y caminaron a lo largo del pasillo. Tras casi media hora caminando, desembocaron en una conexión entre dos corredores, un espacio circular en cuyo centro había una pequeña y delicada fuente. Alrededor había unas plumas gigantes que flotaban mágicamente. Furia las miró con curiosidad y suspicacia. 
-Digamos que son asientos para que la gente pueda reposar. Las distancias son bastante grandes aquí y a veces es necesario tomarse un respiro. Eso sí, ni se os ocurra beber de la fuente – les comentó Siril, mojándose los dedos y untándose los ojos –. Las fuentes de vida son para esto. Hay una en la entrada de cada sala. Es una costumbre.
-Entiendo que la gente quiera reposar. Estos pasillos son eternos – suspiró Ralta, girándose hacia las puertas de la Gran Biblioteca –. ¡Madre mía! Es impresionante.
Ante ellas se levantaba una majestuosa puerta, tallada en marfil. Eran tantos los detalles, tantas las delicadas formas de los miles de animales que había allí esculpidos que resultaba increíble. De todos los animales, pequeñas bestias y seres mitológicos, destacaban un par de cisnes, cuyos cuellos se entrelazaban y sus alas se desplegaban, haciendo volar al resto de los presentes.
Los dedos de Ralta acariciaron los relieves, suaves y redondeados, con lentitud y cariño. Admiraba lo maravillosa que era aquella puerta. Más que una puerta para entrar en una biblioteca le parecía una puerta a otro mundo. Un mundo que si era solo la mitad de extraordinario que la puerta, ya sería el más precioso de todos.
Se detuvo en el cuerno espiralado de un unicornio que la miraba con sus grandísimos y almendrados ojos.
-Es… es… no encuentro palabras para describirlo – sollozó Ralta.
Siril sonrió de una forma un tanto ambigua.
-Aquí todo es así. Vamos, entremos; no perdamos más tiempo. Ya habrá otro día para que descubráis las maravillas de Shoz.
Yamiie”, susurró Siril, con las manos extendidas hacia la puerta. Con la ligereza de una pluma, ésta se abrió. No emitió ningún chirrido, solo dejó que entrara más luz.
Cuando sus ojos volvieron a acostumbrarse al torrente de luz, descubrieron una maravilla más.
Era grandiosa, inmensa, mayor incluso que una catedral. Con el techo abovedado, de cristal, tan alto y lejano que parecía hallarse a solo un palmo del cielo; las paredes cubiertas de estanterías que solo terminaban para abrirse a ventanas con cristales de colores. Tenía varios pisos, comunicados por escaleras de caracol, que brillaban como zafiros gigantes, esculpidos de un modo increíble.
Numerosas mesas de madera, que emitían un suave halo plateado, se hallaban dispuestas en la parte central del piso inferior, donde la luz que llegaba del techo incidía de lleno. Visto desde la puerta, parecía imposible llegar a encontrar alguna información sobre las Veishas entre aquella multitud de volúmenes, perfectamente ordenados y dispuestos en sus respectivas estanterías.   
-Bueno chicas, toca buscar. Tenemos que descubrir cómo está organizada la información. Esto es grandísimo, así que lo mejor será que nos separemos para abarcar más. Nos encontraremos en la puerta en un par de horas.
-Vale – dijeron Furia y Ralta a la vez.
Instantes después, las tres chicas se separaban para investigar por su cuenta.
Ralta se deslizó entre las estanterías, que parecían alzarse hacia el cielo, contemplando maravillada todos aquellos libros que, aunque percibía su antigüedad, permanecían brillantes y sin una sola mota de polvo. Atravesó una extensísima sección que parecía ser de historia, luego otra que albergaba gran cantidad de libros sobre costumbres, tradiciones y la forma de proceder de Shoz.
“Otro día tendré que pasarme por aquí para conocer mejor este lugar”, se dijo mientras pasaba a otra zona, plagada de libros con fórmulas matemáticas. “¡Buaj! ¿Por qué me perseguís si sabéis cuanto os odio?”
Siguió paseando. Vio a Siril subiendo a los pisos superiores por la escalinata, que brillaba como un zafiro gigante. Libros. Libros por doquier. De todas formas, tamaños, grosores y colores en sus portadas. Uno que encontró tenía un ojo en el lomo, que vigilaba todo a su alrededor; otro parecía sollozar. Sin embargo, no logró encontrar nada sobre las Veishas. Cansada de andar, se dejó caer sobre una cómoda silla de las que había dispuestas alrededor de las mesas, en la parte central de la biblioteca. Con un suspiro agotado, dejó que su cabeza se inclinase hacia atrás, mirando al cielo.   
 “¿Cómo puede brillar tanto el cielo si no se ve ningún sol?”, se preguntó, estirándose. Su boca se abrió, emitiendo un bostezo.
-Veo que la heredera del poder de mi pequeña también es una chica sin sentido del decoro y demasiado despreocupada – comentó quien se hallaba tras un enorme libro, frente a Ralta.
La chica dio un respingo sorprendida, ya que no se había dado cuenta de que había alguien allí. De detrás del libro emergió un pequeño hombrecillo, de rostro arrugado y cabeza redondeada y brillante, sin un solo pelo. Sin embargo, tenía un par de cejas blancas y peludas, iguales que su larga barba. Su expresión no parecía en absoluto enfadada, y sus ojos, totalmente negros, relucían con un aire divertido.
-Yo… Lo siento – murmuró Ralta, avergonzada.
El hombrecillo sonrió ampliamente, cerró el libro que estaba leyendo y se levantó.
Era menudo y rechoncho, y vestía una túnica de un tono verde pálido, prácticamente blanco, que le arrastraba por el suelo. Se acercó a ella y, tendiéndole la mano, le dijo:
-Encantado de conocerte, Ralta. Yo soy Koren. Bienvenida a mi biblioteca.
Ralta sonrió y correspondió al saludo, inclinando ligeramente la cabeza, lo cual hizo que Koren, asintiera satisfecho.
-Justo como mi pequeña – musitó Koren, sonriente –. ¿Buscabas algo en especial?
-Lo cierto es que sí, pero esto es tan inmenso que no encuentro nada.
-Cuando vengas más por aquí, más secretos conocerás. Esta Biblioteca es casi un ser vivo – comentó, orgulloso. Cogió el libro, con cierto esfuerzo, pues era casi tan grande como él –. Puedo ayudarte a buscar. ¿Qué querías saber?
-Sí. Verá… Buscaba qué es una Veisha. Mis amigas y yo…
-¿Dónde has oído ese nombre? – su voz sonó cuidadosa y algo amenazadora, conteniendo el temor que sentía ante la mención de aquella palabra.
Ralta se fijó en que la sonrisa del hombre había desaparecido y parecía temblar ligeramente. La invadió una horrible sensación. “Verdaderamente, fue algo horroroso lo que debió de hacerle eso a Tary”. Se precipitó a explicarle a Koren lo que ocurría con su amiga.
-¡A una amiga le atacó eso! Lleva días gritando y sufriendo… ¡Y no queremos dejarla morir! – aunque no quería hacerlo, alzó la voz más de lo permitido.
Koren le tomó la mano y se la palmeó para tranquilizarla un poco.
-Entonces, ¿tú amiga sigue viva? – Ralta detectó cierto tono de sorpresa en la voz del anciano, y asintió –. Ven conmigo, Ralta.
Ralta lo siguió a través de numerosas estanterías hasta que llegó a una, que resultó ser la entrada secreta a una pequeña salita. No había ventanas por las que entrara la misma luz que parecía bañar todo Shoz; sin embargo, no resultaba oscura ni agobiante. Era agradable y cálida.
Una lámpara colgaba del techo, alumbrando las pizarras y estanterías que cubrían las paredes y el magnífico escritorio de madera que presidía la sala.
Koren le ofreció un sillón para que tomara asiento, mientras él ocupaba su lugar tras el escritorio. Dejó el libro sobre la superficie de madera y apiló sobre él un fajo de papeles.
-Siento que veas este desorden, pero llevó mucho retraso en un trabajo y no podía hablar de temas como ese de las Veishas en un lugar público.
-No pasa nada, mi cuarto es peor – sonrió Ralta, restándole importancia.
-Verás, Ralta, lo primero que debes saber sobre las Veishas es que son seres malvados, muy malvados. Son hijas de la Oscuridad más profunda – Ralta escuchaba con atención al anciano –. Tienen un tremendo poder que te tortura hasta la muerte. Con solo mirarte averiguan tus temores, se transforman en ellos y te obligan a verlos. Aunque cierres los ojos, lo verás dentro de cabeza – “¿Es como lo que hace Kiv?”, se preguntó Ralta –. Eso te tortura, te vuelve loco, y después te mata.
-Pero Tary no está muerta…
-Si no lo está ya, espero que no lo haga, y que resista. Muy pocos han resistido a ellas. Y menos aún, han estado cuerdos.
-¿Hay alguna manera de burlarlas?
-Sí que he oído remedios… No estoy seguro de su eficacia, pero algo es algo. Una forma es que tu mayor miedo sea encontrarte frente a una Veisha. Entonces adoptaría su verdadera forma y carecerían de su poder. Aunque hay quien dice que tienen veneno en las uñas. Un pelo de unicornio también serviría. Son objetos muy valiosos, capaces de repeler numerosos hechizos y tienen gran cantidad de poderes todavía ocultos. Si tienes una mente lo suficientemente fuerte, podrías hacer que la Veisha chocara contra la barrera mental, bloqueándola.
-Parece… complicado.
-Son seres muy poderosos… Tenebrosos. No sé si tu amiga se curará. Solo puedo recomendarte que la vigiles para que no… no sufra cambios.
-¿Cambios? ¿Qué clase de cambios?
-Ha debido de sufrir mucho. Aunque su cuerpo haya sobrevivido, su mente y su alma estarán, sin duda, dañados. Puede que no vuelva a ser la persona que fue.
-Muchas gracias por todo, Koren. Tu información me ha sido de mucha ayuda. Gracias de verdad.
-Espero verte pronto por aquí, Ralta. Hay muchas cosas que deberías descubrir de Shoz, y de Go – le sonrió el hombrecillo.  
Ralta abandonó la salita secreta y corrió en busca de sus amigas. Tenía que informarles de todo lo que Koren le había contado.


El lobo negro perseguía a su presa colina arriba. Al llegar arriba, paró y olfateó el aire. Miró hacia el río y lo vio. Un joven con una larga melena de color rubio platino. Una levísima ondulación en el ambiente le había advertido de que alguien había escapado de Go. Al parecer con una técnica en el hechizo de transportación bastante bueno. Aunque no lo suficiente como para que él no lo detectase.
El lobo resopló algo ahogado. El aire de la Tierra era pesado, denso y asfixiante. A la carrera no iba a conseguir alcanzarlo, pero volando sí.
Su pequeño y peludo cuerpo de mamífero se transformó en un reptil enorme. Las escamas, de un intenso y brillante verde esmeralda, refulgieron bajo la luz del sol. Desplegó las alas, membranosas y con un suave tono plateado, y voló en dirección a su presa.
Transformarse en aquella serpiente, un sep, le causaba un dolor agudo, pero a la vez le resultaba delicioso. No había nada comparable a la sensación que le causaba desplegar las alas y flotar en el aire. Los seps apenas volaban, más bien planeaban. 
El joven se volvió hacia el cielo al ver la sombra de la serpiente sobre él. Detuvo su carrera y pasó a desenvainar la espada que llevaba colgada a la espalda, sabiendo que debía estar listo para cuando el sep se lanzara sobre él.
“Genial, una pelea”, pensó, relamiéndose, mientras descendía a toda velocidad.
 Al llegar al suelo el sep se transformó en humano. Hizo aparecer su propia espada y dedicó al fugitivo una fría media sonrisa.
Kiv arremetió rápidamente contra el otro joven, que logró esquivar la estocada por muy poco, deteniéndola con su espada en el último momento. El asesino no perdió un instante y se deslizó como una sombra rodeando a su presa. El joven de la melena rubia lo observaba, con la espada en guardia y temblando asustado. Tragó saliva.
-No deberías haber huido – resonó una voz heladora en su cabeza.
Tembló y miró desconcertado a su alrededor. Había bajado la guardia. Veloz como el rayo envistió de nuevo y atravesó el corazón de su oponente.
-Te lo dije, no debiste huir – le dijo Kiv a cadáver, estirando el brazo, todavía quemado. Hizo una mueca de dolor y miró el cielo grisáceo y muerto de aquel mundo.
El asesino chasqueó los dedos y el cuerpo desapareció como si nunca hubiera estado allí. Se llevó la mano a la espalda y aferró la daga que llevaba sujeta a la espalda, desapareciendo también.

viernes, 23 de marzo de 2012

Ralta vs Kiv

Ya podéis ponerle cara al primer enfrentamiento entre Ralta y Kiv. Pido disculpas por mi torpeza a la hora de dibujar manos - ¡pero es que se me resisten! ¡No hay manera!
Espero que os guste ;)

lunes, 19 de marzo de 2012

Edel





Edel. Hermana mayor de Eclipse.
31 años. Melena rubia, salvaje y despeinada; ojos que cambian de color con su estado de ánimo; piel dorada por el sol.
No se sabe nada de ella desde que con 16 años partiera hacia la Academia de Armas de Nogo para convertirse en una auténtica guerrera como su padre. Ahora vuelve a Go, con un ejército, presumiblemente para recuperar su reino.
Poco a poco se irá sabiendo más sobre ella (su carácter, su vida y sus habilidades).

domingo, 18 de marzo de 2012

CAPÍTULO 7: EL PODER


CAPÍTULO 7: EL PODER
La corriente de luz las atrapó en un torbellino, que después pasó a sumirlas en una profunda oscuridad. Los cambios entre la luz y la oscuridad acabaron por depositarlas en una dimensión sólida.
Estaban en un sitio muy pequeño y estrecho, y no olía muy bien. Furia acabó por darse cuenta, mirando entre los rizos negros de Ralta, de que estaban en un servicio público. Se giró como pudo y vio a Siril sentada sobre la taza del WC, con las piernas cruzadas y los ojos cerrados, como si estuviera meditando. Al parecer, intentaba mantener una expresión tranquila y serena, pero más bien parecía estar rota por el esfuerzo – aunque una sonrisa de satisfacción quería asomar por sus labios.
Por fin abrió los ojos, sonriente, sabiendo que había terminado su invocación. Sin embargo, la sonrisa se le quedó congelada en cuanto se dio cuenta de que su prima no estaba allí con ellas.
-¿Dónde está Tary? – preguntó, tratando de contener el pánico que estaba comenzando a sentir.
Ralta y Furia se miraron un instante, y negaron con la cabeza.
-No lo sabemos – musitó Ralta –. Ella se fue con 600…
-¡Oh no! Maldita sea… Tenéis que contarme todo lo que hicisteis allí. ¿Fuisteis a Go, verdad? – quiso saber Siril, con nerviosismo. Se había quedado pálida y de cada uno de los poros de su piel comenzaban a brotar gotas de sudor frío.
Ralta y Furia le contaron todo lo sucedido hasta el momento  en el que se habían separado.
-Si hemos pasado allí la noche, ¡nuestros padres estarán muy preocupados! – exclamó Furia, cayendo en la cuenta.
-Podéis estar tranquilas, apenas han pasado un par de horas. En cuanto dejé de sentir vuestra presencia salí de clase y vine aquí para invocaros de nuevo a este mundo. Eso fue lo que me ha llevado más tiempo.
-¿Le habrá pasado algo a Tary? – la voz de Ralta apenas fue audible, pero Siril la escuchó, y permaneció en silencio mientras meditaba una respuesta.
-Yo… creo que tiene que estar viva. Si hubiera estado… – Siril tragó saliva, incapaz de decir “muerta” – la habría traído igualmente. Alguien debía de estar reteniéndola allí, así que estará viva.
-Me pregunto si 600 estará bien… – musitó Furia, preocupada también por quien las había ayudado.
-¿Puedes volver a intentar lo que has hecho para traernos? – inquirió Ralta.
Siril bajó la mirada y negó con la cabeza.
-Estoy agotada – Ralta se dio cuenta entonces de que la chica temblaba de arriba abajo, parecía haber agotado todas las fuerzas de su cuerpo, y el flequillo se le pegaba a la frente bañada en sudor – Lo siento… Volveré a probar mañana. Solo espero que no sea demasiado tarde para Tary.


Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando vio que la luz ya no estaba, sintiéndose como un pájaro enjaulado.
-Al menos he conseguido ponerlos a salvo – se dijo, mientras se retorcía en el suelo, tratando de liberarse de aquel hechizo que se le enroscaba alrededor como una enredadera.
Sintió un pinchazo en el tobillo que hizo que las lágrimas comenzaran a resbalarle por las mejillas. Aquel dolor agudo le recordaba a cuando se rompió el tobillo haciendo una peligrosa pirueta durante sus entrenamientos.
-Así es – le dijo la mujer con la que había combatido. No se había dado cuenta de que se le había acercado, y le acariciaba el rostro con su pelo, que poseía vida propia y tenía un tacto desagradable –. Las heridas nunca acaban de cerrarse. Mi hechizo las reabre. ¿Te gusta?
Antes de que Tary pudiera contestar nada, la reina y el lobo aparecieron en la sala. La mujer estaba despeinada y no había recuperado el aliento; y el lobo caminaba de una forma extraña, dolorido.
-Apártate de ella, Shina – ordenó Eclipse, con la voz algo estrangulada –. Kiv, ocúpate de llevarla a donde corresponde.
Para el asombro de Tary, el lobo se metarfoseó en un chico joven, de cabellos castaños que cubrían parcialmente sus ojos, verdes y escalofriantes.
-Sí, mi señora – dijo, con un susurro. Una espada apareció en su mano, por arte de magia, y Tary se encogió sobre sí misma, aterrorizada. 
-¡Guarda eso, inconsciente! Tiene que estar viva. Quítaselo ya – ordenó Eclipse, intentando recuperar el aliento.
-Sí, señora – susurró él, decepcionado. Pero obedeció y guardó la espada.
Después se arrodilló junto a ella y buscó bajo el cuello alto del jersey de la chica el talismán. Tary trató de pegarle, arañarle, empujarle lejos de ella; pero él, con solo mirarla fijamente, la inmovilizó.
Sin embargo, cuando Kiv rozó el colgante, una poderosa fuerza le hizo alejarse, siseando con dolor. Shina lo observó con la curiosidad brillando en sus ojos felinos.
-Al parecer la chica no quiere soltarlo – se rió la bruja.
-Lo soltará, cuando acabe con ella – el joven hablaba en susurros, pero parecía ocultar su enfado y frustración bajo una máscara fría y pétrea.
-No creo que sea buena idea… Tal vez… – Eclipse se rascó bajo la barbilla, pensativa, y después uno de sus anillos –. Kiv, llévatela; Shina, ven conmigo, quiero que busques algo.
Las dos mujeres, se fueron, hablando en voz baja, y Tary se quedó a solas con el joven de los ojos escalofriantes.
-Parece que eres una chica con suerte – le dijo una voz, fría y metálica, en su cabeza.
Fue lo último que escuchó antes de perder el sentido, cayendo en un profundo sueño provocado por los hipnóticos ojos verdes del chico.


Cuando despertó, tumbada en el frío suelo de piedra, Tary se sintió desconcertada. No sabía qué hacía allí, ni cómo había llegado, ni qué había pasado. “¿Dónde estoy?”, se preguntó, asustada. No había ventanas por las que pudiesen entrar los rayos del sol. La única fuente de luz eran un par de velas a medio consumir, situadas a ambos lados de la puerta del calabozo.
Tary trató de incorporarse, pero le temblaron los brazos. A la tenue luz de las velas, pudo comprobar que tenía los brazos llenos de arañazos. Parecían superficiales, pero le ardían. Después se dio cuenta de que unos grilletes le abrazaban los tobillos, y estos estaban unidos a la pared mediante una gruesa cadena.
“¿Qué ha pasado?” Alarmada, se llevó la mano al cuello y comprobó, con espanto, que le habían arrebatado su talismán. En cuanto se dio cuenta, los recuerdos regresaron de golpe a su cabeza, con la fuerza de un torrente, causándole dolor.
“Al final cedí… al final cedí…”, musitó, con los labios temblorosos. 
Las cadenas tintinearon cuando Tary trató de arrastrarse por el suelo e hicieron que la figura que a la chica le había pasado desapercibida se levantará de la esquina en la que dormitaba.
-Buenos días – la voz fría procedente de la oscura esquina, carente de emoción, le puso la carne de gallina, como ya había hecho el día anterior.
-Ahórrate ese puto sarcasmo para ti, hijo de puta – le contestó Tary, como pudo. No se había dado cuenta hasta entonces de que tenía la garganta desgarrada y apenas podía hablar. Había gritado tantísimo de dolor…
El chico soltó algo parecido a una risa, amarga y cruel, y caminó hacia ella. Se agachó para quedar más cerca del rostro de Tary, que se sintió intimidada e invadida por el terror de nuevo.
-Sigues teniendo ganas de guerra, ¿eh? – casi se lo susurraba al oído, mientras le apretaba los arañazos del antebrazos –. No sé si eres más valiente que tú amiguita, o tienes menos seso.
La sujetó de las muñecas y se las retorció, consiguiendo que quedase tumbada, con le espalda contra el suelo. Un dolor agudo la atravesó y, de haberle quedado lágrimas, habría llorado. Kiv le dirigió una media sonrisa siniestra.
-Ojalá me dejasen matarte. Eres la clase de chica que me gusta asesinar – parecía estar pensando en voz alta –. Pero al parecer, es necesario que estés viva. Vamos a comprobar si tus compañeras con poderes aprecian más tu vida o su misión.
-¿Qué? – preguntó Tary, con voz estrangulada, sin creer lo que estaba escuchando.
Él le acarició con el dorso de la mano, que estaba bastante frío, la mejilla, para después bajar hacia sus labios. No eran tan carnosos como los de la otra chica, Ralta, sin embargo, tenían algo que los hacía sugerentes.
-Tranquila, estarás muerta dentro de muy poco tiempo – descendió con lentitud hacia los labios de Tary. Al ver sus intenciones, ella intentó revolverse y evitarlo, pero Kiv le sujetó con la mano libre la barbilla.
El simple contacto de aquellos labios fríos y duros la crispó de arriba abajo, y cuando su lengua, húmeda y templada, se abrió paso entre los suyos para recorrer toda la cavidad de su boca, se sintió asqueada. Aquello no le gustaba, no lo quería.
A su alrededor, todo parecía girar, dar vueltas y tratar de desvanecerse. Era como si con aquel beso, Kiv se estuviera llevando una parte de ella.
-No… no te lleves mi alma… – pensó Tary, justo antes de desmayarse.


El día se les había pasado muy lento a las tres. Siril no había atendido en casi ningún momento a sus clases. No podía dejar de pensar en su prima Tary, preguntándose si estaría bien.
Ralta y Furia habían dicho en el instituto que su amiga estaba algo enferma, y por suerte, sus padres todavía no sabían nada de que su hija no estaba en el mundo que le correspondía. Para Ralta, las seis horas de instituto habían sido eternas y parecían nunca acabar.
Cuando por fin sonó la última campana, las dos amigas salieron de clase con una expresión ausente y apenas se dijeron “adiós”. A la salida se encontró con Álvaro, que decidió acompañarla a casa.
-¿Te pasa algo, “peque”? Estás muy callada…
-Solo estoy… preocupada por Tary. Ayer no se encontraba nada bien – contestó Ralta mirando el suelo, entristecida.
-Tranquila, mi niña, todo irá bien. Tary se curará – le dijo Álvaro, pasándole el brazo por los hombros y atrayéndola hacia él para besarla y tranquilizarla.
Sin embargo, Ralta apartó la cara en el último momento, y Álvaro la besó en la mejilla. Él la miró, algo extrañado y se encogió de hombros. Ralta siguió caminando, con la vista fija en el suelo, deprimida.
-Debería decírselo… Ya no quiero estar más con él, y menos después de lo que pasó ayer en Go – pensaba Ralta –. Ese chico, Kiv, era guapísimo, aunque… intentó matarme. Era tan peligroso, pero a la vez tan… tan… no sé, excitante. Me gustaría verlo otra vez.
-Ya estás en casa – le advirtió Álvaro, quitándole el brazo de encima –. Espero que mañana Tary esté mejor y así se te quite esta depresión que llevas encima, “peque”.
-Gracias. Nos vemos mañana – le dijo Ralta en un susurro.
Lo vio marcharse con las manos en los bolsillos por la calle, dándole patadas a una piedrecita. Se quedó delante de la puerta, sin terminar de decidirse a introducir la llave en la cerradura y entrar en casa. Si quería ahorrarse las preguntas de su madre iba a tener que poner mejor cara, sonreír un poco, y decir que todo había ido bien.
Cogió aire con lentitud mientras dibujaba una falsa, y poco convincente, sonrisa en su rostro. Se giró hacia atrás para coger las llaves del bolsillo de su mochila y lo que vio hizo que se le resbalaran de entre los dedos.
Sus labios se desplegaron, tratando de articular alguna palabra, pero antes siquiera de intentarlo, Kiv le tapó la boca con una mano mientras con la otra la sujetaba por las muñecas.
-Quieta. Ni una palabra – la voz del chico, más fría que un témpano de hielo, resonó por toda la cabeza de Ralta con autoridad –. No creo que a tu madre le gustase encontrarte muerta en la puerta.
Ella cesó en su intento de forcejear, y lo miró, suplicante.
-Buena chica. Ahora escúchame con mucha atención, porque no quiero repetirlo. Vas a llamar a las otras dos chicas y os reuniréis conmigo donde abristeis la puerta en una hora. Por el bien de Tary, ¿de acuerdo?
Ralta asintió con pesadez, y Kiv le quitó la mano de la boca. Pareció que iba a soltarla y marcharse; pero antes de eso le hizo alzar la barbilla y observó su rostro con detalle.
Cuando él se marchó, aún tardó unos segundos en reaccionar, en darse cuenta de lo que había pasado. Se agachó precipitadamente para recoger las llaves del suelo e intentó abrir la puerta, pero no conseguía atinar en la cerradura.
La puerta se abrió justo cuando Ralta estaba a punto de conseguir abrirla.
-Cielo, ¿qué pasa? Menudo tembleque tienes en las manos – sonrió su madre, que había salido para ir a trabajar.
-No es nada, mamá. Me… me he olvidado una cosa en clase. Dejo la mochila y vuelvo al instituto volando – dijo Ralta, atropelladamente, mientras tiraba la mochila al suelo y depositaba un beso fugaz sobre la mejilla de su madre.
-Pero se te enfriará la comida – murmuró cuando Ralta ya había desaparecido por la puerta.

-¡Vamos!¡Vamos, Siril! Coge el teléfono. Ya es la cuarta vez que lo intento – mascullaba Ralta, mientras caminaba a buen ritmo hacia el instituto –. ¡Siril! Por fin contestas.
-Acabo de salir de clase, ¿qué ocurre?
-No hay tiempo de que te lo explique ahora. Sabes dónde está nuestro instituto, ¿verdad? – al otro lado de la línea, Siril le contestó que sí –. Bien, pues ve inmediatamente allí. Al lado hay un edificio en obras que llevan años paradas, nos vemos ahí en menos de una hora. Hasta ahora.
-¡Espera! ¿Ralta? – le gritó Siril a su móvil. Pero era demasiado tarde, Ralta ya había colgado y ya marcaba el número de Furia para avisarla.
Sentado sobre un bloque de hormigón, esperaba pacientemente Kiv, con Tary tendida a sus pies, como un fardo. No iba a tardar mucho en abrir los ojos y despertar, pero no pasaba nada por eso. La chica estaba tan débil que le costaría hasta respirar.
-¿Dónde…? – comenzó a preguntar ella cuando se despertó.
-Estamos en tu mundo; y vamos a reunirnos con tus amiguitas.
-¿Por qué?
Él sonrió, casi imperceptiblemente, mientras jugueteaba con su daga.
-Es solo una prueba. ¿Sois solo niñas o sois unas mujeres elegidas para una importante misión? ¿Tú qué crees que escogerán: salvar tu vida o proseguir con vuestro deber?
-Deberían cumplir con su obligación. Luchar contra ti y quitar a Eclipse del poder. Además, tú me has dicho que estaré muerta dentro de poco.
-Así es. Pero eso ellas no lo saben. 
-Eres repugnante – musitó Tary, con la voz agotada. Empezaba a costarle respirar.
-Soy lo que soy. Y lo que debo ser – dijo mientras se levantaba – Creo que ya es la hora. Tú ahora vas a quedarte muy quietecita y callada aquí arriba. No quiero tener que saltarme las órdenes que me han dado y matarte si no es necesario.
Tary asintió desde el suelo y lo vio saltar por un hueco, con agilidad felina, y caer en el piso inferior muy silenciosamente.

Faltaban diez minutos todavía para que se cumpliera el plazo de una hora que Kiv les había dado, pero Ralta estaba al borde de la histeria porque Siril todavía no había aparecido. Furia llevaba un buen rato esperando junto a su amiga, que se negaba a contarle qué estaba ocurriendo hasta que estuviesen presentes las tres.
Justo cuando Furia empezaba a temer que Ralta pudiese arrancarse el pelo de tanto estirarse los rizos, Siril apareció por la calle, corriendo y resoplando, con el pelo pegado a la cara a causa del sudor.
-¿Se puede saber qué demonios ocurre? – preguntó sin aliento y algo enfadada.
-Es Tary.
-¿Qué pasa? – dijeron a coro Siril y Furia.
-Cuando he llegado a casa, Kiv me ha acorralado y me ha dicho que debía avisaros y venir aquí, por el bien de Tary.
-¿Quién es Kiv? – quiso saber Siril, preocupada.
-Furia, ¿recuerdas el lobo que había con Eclipse? Él es el lobo. Él me persiguió por el castillo, me acorraló, me quitó el colgante y estuvo a punto de matarme. Pero conseguí dejarlo KO y escapar.     
-Sí, reconozco que me hiciste bastante daño – les sorprendió una voz masculina, desde detrás de una de las columnas de hormigón que constituían la estructura del edificio. Él joven avanzó hacia ellas, frotándose el cuello, algo dolorido – Bien, veo que habéis venido todas.
Cuando se acercó más, Siril y Furia lo vieron por primera vez. Parecía un chico corriente, que rondaba los diecisiete o dieciocho años de edad, de cabello castaño que se le caía sobre los ojos, de un verde indescriptible, ocultándolos parcialmente. Podía parecer algo delgado y débil al verlo de lejos, pero de cerca podían intuirse los músculos de sus fuertes brazos, marcándose bajo la camiseta negra. 
-¿Este es…? – comenzó a preguntarle Siril a Ralta en un susurro.
-Silencio – ordenó él. Las tres tragaron saliva, nerviosas al escuchar aquella orden directamente en sus mentes –. Seré breve. O la magia de vuestros talismanes o vuestra amiga. Elegid una opción y elegidla rápido, yo tengo prisa y a Tary le queda poco tiempo.
Siril se sintió desfallecer al escuchar aquello. Furia se mordió el labio y apretó los puños, inquieta. Y Ralta se llevó las manos al corazón, como si fuera el suyo propio el que iba a dejar de latir.
-Podéis hablarlo, pero recordad: tempus fugit.
-Alejaros más de él – les indicó Ralta, mientras retrocedía sin darle la espalda –. A esta distancia puede leernos la mente.
“Verdaderamente nos está proponiendo un intercambio. Es fuerte y rápido. Muy probablemente podría matarnos a las tres sin problemas”, pensaba Ralta, sin quitarle los ojos de encima.
Se alejaron cuanto pudieron sin salir del recinto para poder hablar sin que Kiv las escuchase.
-¿Qué vamos a hacer? – lloriqueó Furia, abrazándose la cintura, al borde de un ataque de histeria.
-La seguridad de Tary es lo primero – musitó Ralta, con la vista puesta en el suelo. Se soltó el colgante con resignación y lo tomó entre sus manos –. Supongo que fue divertido mientras duró. Pero es un juego demasiado peligroso… Renuncio a la magia.
Siril suspiró.
-Yo diría lo mismo. Es mi prima y la quiero más que a esto. Pero se nos ha confiado la magia por una razón, y no deberíamos rendirnos ante esto, ¡no debemos entregarla! ¿Podéis imaginar que sucedería si lo hiciéramos?
-Eclipse tendría más poder… Pero ese pobre mundo ya está condenado – se lamentó Furia –. Es tan triste…
-No, Furia. Este poder no iría a parar a Eclipse. Bueno, al principio sí, pero es Shina quien lo quiere. Lo necesita para arrasar con Shoz y con Shaira. Y si lo hace… destruirá el equilibrio del universo. Nuestro mundo, todos los mundos, sufrirían las consecuencias de eso – les explicó Siril –. No podemos permitir que eso ocurra.
-¿Tienes alguna idea de qué podemos hacer? – inquirió Ralta, retorciéndose un rizo.
-Enfrentarnos a él. Pero antes tenemos que ver que Tary está aquí y está viva – Siril permaneció unos instantes pensativa, trazando un plan en su mente – Chicas, escuchadme con atención porque esto es lo que vamos a hacer.

Kiv esperaba, con la espalda recostada contra una columna, jugueteando con la daga. La lanzaba, la recogía, la giraba entre sus finos dedos, todo con una habilidad y precisión sorprendente. Así lo encontraron las chicas cuando volvieron de hablar.
-¿Y bien? – les preguntó, sin desviar la vista de su peligroso juguete.
-Te entregaremos los talismanes – le informó Siril, con rotundidad, pero evitando mirarlo a los ojos.
Ralta les había aconsejado no hacerlo, porque al parecer sus habilidades se incrementaban si establecía contacto visual. Así mismo habían acordado tener en mente sólo a Tary y lo mucho que la echaban de menos para que Kiv no se percatara de lo que tramaban.
-Pero antes queremos a nuestra amiga – le exigió Ralta, al borde de las lágrimas.
Él asintió casi imperceptiblemente, se guardó la daga y de un salto, alcanzó el piso superior. Tardó un par de minutos en volver a bajar, con Tary en brazos.
En cuanto puso los pies en el suelo, la soltó, y pasó a sujetarla solo por el cuello del jersey. Los brazos le colgaban inertes de sus costados, el pelo le caía enmarañado por la frente y apenas podía levantar el rostro para mirar a sus amigas. Cuando consiguió hacerlo, la mirada color miel de Tary les partió el corazón de dolor. Después trató de volverse hacia su captor, y le aguantó la mirada.
-Enhorabuena, vas a seguir viva un poco más. Las inconscientes de tus amigas te quieren más a ti que a sus poderes – el sonido metálico de la voz de Kiv en su cabeza le hizo temblar, pero no apartó la mirada de sus ojos verdes.
-Eres un hijo de puta – se movieron los labios de Tary, sin emitir ningún sonido.
Él, con expresión indiferente, la soltó. Tary cayó al suelo con un sonido seco, sin tiempo a levantar los brazos y detener la caída.
-Aquí la tenéis – les dijo, señalando con desprecio a la chica, que temblaba en el suelo, pálida como una muerta –. Ahora entregádmelos.
Siril tragó saliva mientras se quitaba el talismán del cuello y avanzaba hacia él. Ella iba a ser la primera.
Kiv extendió la mano izquierda, mientras que en la derecha se materializó su espada, que colocó entre los omoplatos de Tary. “No intentes nada raro”, parecía advertirle, aunque su mirada no transmitía absolutamente nada.
Estaban frente a frente. Casi a cámara lenta, Siril levantó el brazo para depositar su colgante sobre la palma extendida de Kiv.
“Tary, Tary, Tary. No pienses, solo… ¡actúa!”, se dijo Siril, disparando una fuerte y contundente patada de kárate hacia el estómago de Kiv.
Él no se esperaba nada parecido y no tuvo tiempo de reaccionar. La intensidad de la patada le hizo caer hacia atrás.
-¡Al suelo, Siril! – gritó Ralta, lanzando un rayo hacia donde estaba tendido el chico.
Para evitarlo, rodó por el suelo, acercándose a Tary. Apretó los dientes y alzó la espada para acabar con Tary. Si estaban resistiéndose a entregarle los talismanes, al menos Tary no saldría viva de allí.
Ralta intentó lanzar otro rayo, pero había agotado todo su poder con el anterior. Estaba tan furiosa que había brotado de ella con demasiada intensidad.
-¡No! – gritó Furia, desde más lejos, al ver que Kiv iba a descargar su arma sobre su amiga, que era incapaz de moverse.
El fuego brotó salvaje y descontrolado de ella, rodeándola, envolviéndola como un cálido manto, que se abalanzó sobre Kiv. Él se detuvo, con los ojos abiertos de par en par. Y desapareció entre las llamas.
-¿Dónde…? – comenzó a preguntar Ralta, impresionada y sorprendida.
-¡Mejor! Tenemos que ocuparnos de Tary – dijo Siril, arrodillándose contra su prima – Ha perdido el sentido… y está muy fría.
La levantó con cuidado y le colocó la cabeza sobre sus rodillas. Se mordió el labio al ver que tenía el ojo algo morado, con un golpe en la ceja del que se escurría un fino hilo de sangre. Le colocó una mano sobre el rostro para tratar de sanar sus heridas. Después se fijó en que tenía los brazos llenos de delicados cortes.
-Está tan pálida… – musitó Furia.
-¿Se pondrá bien? – quiso saber Ralta, nerviosa.
-No lo sé. Le he curado el ojo y la ceja, pero esos arañazos no se cierran. Y aunque lo hiciera, me da la sensación de que esto no es cuestión de las heridas que tiene. No son ni profundas ni peligrosas. No entiendo cómo ha llegado a este estado – les explicó Siril.
-Supongo que eso sólo podrá contárnoslo ella – dijo Ralta, acurrucándose en el suelo junto a su amiga y abrazándola.
Cerró los ojos y dejó que la energía del ambiente pasara al cuerpo de Tary a través del suyo, tratando de insuflarle algo de fuerza. Poco a poco, los latidos de la chica cobraron algo de fuerza.
-Debería de estar algo mejor – dijo Ralta, levantándose del suelo al terminar. Se sentía agotada, pero contenta por haber podido ayudar a su amiga.
-Genial. La llevaré a su casa y llamaré a mi tía para decirle que está enferma, así no se preocupará más de lo necesario. Será mejor que vosotras volváis a casa también – ellas asintieron. Siril se llevó los dedos índice y corazón de la mano derecha a los labios, mientras con la otra rodeaba a su prima –. Estaremos en contacto, chicas.
Después, las dos desaparecieron, dejando a Ralta y Furia anonadadas.
-¡Guao! No sabía que Siril podía hacer eso – comentó Ralta.
-Creo que hay muchas cosas que no sabemos de Siril.
-Cierto. Por cierto, has estado genial antes. Ha sido espectacular.
Furia se removió inquieta en el sitio.
-No sé cómo lo he hecho. Solo sé que estaba muy asustada, y no quería que le pasara nada a Tary. Mi magia ha actuado sola. He temido que se descontrolara y que la quemara a ella en vez de a ese chico.
-Da igual. Lo que cuenta es que gracias a ti ha huido – suspiró Ralta, estirando los brazos para destensar su cuerpo, agarrotado por el estrés –. Volvamos a casa.


Con un último esfuerzo, Siril dejó a Tary tumbada en la cama. La miró dormir, con cariño; pero no pudo evitar apretar los dientes, en un gesto de rabia.
Se sentía furiosa consigo misma por no haber estado más pendiente de ellas y no haber evitado que encontrasen una puerta antes de hablarles de su existencia. También sentía impotencia por no poder sanar todos los cortes de los brazos de Tary. ¿Qué excusa iban a ponerles a sus tíos si veían esas heridas?
Pero, por encima de todas aquellas cosas, había una que le intrigaba sobremanera: ¿Qué le había pasado? ¿Qué le habían hecho?
Se quitó el colgante y lo puso sobre la frente de Tary. Cuando la serpiente de plata rozó la piel de la chica, ésta cobró vida y se fundió con ella, penetrando en su interior. Siril cerró los ojos.
Allí estaba. La conciencia dormida de su prima. Así podría comunicarse con ella a pesar de que se encontraba inconsciente.
-Tary, ¿puedes escucharme?
-¿Siril? – apenas era un débil pensamiento; y parecía tan lejano –. ¿Eres tú? ¿Cómo puedes estar aquí?
-Sí, soy yo. Tranquila, estás a salvo, estás en casa. Ya no te pasará nada malo. Estábamos todas muy preocupadas por ti.
-Estoy en casa… Entonces, ¿accedisteis al trato? ¿Por qué lo hicisteis? Fuisteis tan tontas…
-Le hicimos creer eso. Pero tranquila, no le entregamos la magia. Conseguimos espantarlo – Tary musitó algo que sonó a “bien, bien”, sin muchas ganas –. Tary, necesito saber qué te pasó.
-¿Lo qué pasó? ¿Lo qué pasó…? – su débil voz se convirtió en un susurro que se quebró a causa de las lágrimas. La respiración de la chica comenzó a agitarse y se mordió el labio hasta hacerse sangre. Terminó con un grito agónico que cortó la comunicación entre ambas.
-Oh, Tary…
Siril se marchó de la habitación con la absoluta certeza de que algo horrible le había ocurrido a Tary y que, muy probablemente, no volvería a ser la misma nunca más.